El genial Eduardo
Mallea
Por Eduardo
Agüero Mielhuerry
Eduardo Alberto
Mallea
nació el 14 de agosto de 1903 en Bahía Blanca. Sus padres fueron el
médico sanjuanino Narciso Segundo Mallea y la azuleña Manuela Aztiria. Tuvo dos
hermanos: Narciso Enrique (nacido en Azul el 28 de febrero de 1895), y Fernando
Antonio (nacido en Bahía Blanca el 12 de noviembre de 1911).
Sin demasiadas razones, ni
explicaciones, un día de 1896, su padre Narciso Segundo
había decido alejarse de Azul y para ello había convencido a
su joven esposa para instalarse juntos en Bahía Blanca con el primer pequeño
hijo que habían tenido. En aquella ciudad del sur bonaerense Narciso se
dedicaría de lleno a la medicina para restaurar su situación económica, la cual
había descuidado por su actividad política. Y allá nacería Eduardo…
Palabras de un
hijo
En
su “Recuerdos de provincia” Domingo
F. Sarmiento rememora las gestas de los Mallea. Luego, Narciso
Segundo Mallea -emparentado con el sanjuanino-, médico distinguido que
de tarde en tarde se daba el lujo de escribir cuentos firmados como Segundo Huarpe, dejó una autobiografía “Mi
vida, mis fobias” (1941) que reveló bastante de sí mismo, de su pasión
argentina, de sus agitaciones espirituales… Esa vida, con sus fobias, resultó
el escenario perfecto donde creció su hijo Eduardo Alberto.
Años
más tarde, Eduardo escribiría: “Lo que
tenía mi padre e influyó en mí no era una ‘neurosis feroz’ sino una fuerza de
carácter feroz; yo no heredé la hermosa fuerza de ese carácter que he descrito
algo en las páginas iniciales de mi “Historia de una pasión argentina”, lo que
heredé fue el sentido de la atmósfera en que ese carácter actuó y luchó, el
sentido del clima hostil con que ese hombre de enorme vigor moral y belleza de
espíritu y cultura combatió haciendo medicina, haciendo cultura, haciendo
política y haciendo caridad en el terreno de los todavía inciviles pueblos de
entonces en la provincia de Buenos Aires, donde el médico de campaña exponía
aun su vida y el espíritu culto luchaba bravamente leyendo a solas sus clásicos
y estudiando sin casi interlocutor en medio de soledad y de heroísmo. Lo de las
fobias lo puso mi padre de pretexto a un libro de recuerdos sólo para buscar un
pretexto científico que legitimizara la autobiografía; en realidad por esa
incomparable modestia, él, que era un notable y puro escritor, no quiso nunca
escribir ese libro que yo hubiera deseado y que tanto le pedí en su recia y
memoriosa, lúcida vejez; el libro –que a mi juicio habría quedado clásico- de
la historia de su formación y combate en la Argentina de entonces,
el libro de un invencible, el libro de un conquistador en las tierras
culturalmente estériles a cuyo progreso él concurrió y asistió, el libro de los
relatos que sus hijos le oíamos en la mesa todos los días, contándonos
hazañosamente las veces que en su niñez sanjuanina, hijo de padres nobles,
llevó dinero a Sarmiento oculto en las montañas, su venida en lento viaje a la
capital a estudiar medicina, su vida de estudiante que oía embelesado a
Avellaneda discursos que nos refería de memoria a los ochenta y tres años, sus
aventuras para instalarse como médico, su vocación honesta de político, su
afición a la historia del Renacimiento, sus duelos de honor cuando lo agredía
en las luchas políticas (en que más de una vez se batió por su ahijado), las
curiosidades de su inteligencia permanentemente viva, sus viajes americanos y
europeos, el clima de su casa de Bahía Blanca donde yo nací…”.
Bautizado en
Azul
En 1904 el
matrimonio Mallea y sus dos hijos volvieron a Azul temporalmente y
aprovecharon la ocasión para bautizar al pequeño Eduardo en la Iglesia Nuestra
Señora del Rosario, el día 12 de enero, siendo sus padrinos el doctor Emiliano
Astorga (quien había integrado el cuarteto que produjo la “Revolución de los Médicos”) y su señora
Antonia.
Pasados los
años, Eduardo volvería en reiteradas ocasiones a nuestra ciudad para disfrutar,
por ejemplo, de una tarde en el Parque Municipal…
La niñez en Bahía
Blanca
En 1907 la
familia Mallea realizó un viaje muy prolongado a Europa. Al regreso, en 1910,
Eduardo fue inscripto en el colegio inglés de Bahía Blanca, ubicado en la
avenida Colón al 300.
El hecho de
haber nacido en aquella localidad bonaerense no fue apenas algo azaroso para
Eduardo. Por el contrario, marcó su vida, su pasión y su sentimiento. En varias
de sus novelas y en sus ensayos, abundan las referencias a Bahía Blanca. En el inicio
de “Historia
de una pasión argentina”, comienza con una referencia a la ciudad
cuando expresa: “Yo casi no tuve infancia
metropolitana. Vi la primera luz de mi tierra en una bahía argentina del
Atlántico”. Mientras que en “Todo verdor perecerá”, describe con
mayor precisión, apelando a una metáfora felina: “He aquí la ciudad del sur, Bahía Blanca, azotada por la arenisca junto
al océano. Como la garra cauta del gato con el cachorro confiado, juega el
verano con la ciudad atlántica. De pronto los plátanos de hojas inmóviles
contienen, alegres, el gorjeo de la siesta. Soñolientos pasantes de abogado
cambian con los procuradores recibidos miradas de envidia embotada.”.
Un nuevo destino…
De la misma
manera que había abandonado Azul, un día Narciso Segundo Mallea decidió, en
1916, vender todos sus bienes y su vivienda en la calle General Lamadrid al 116
de Bahía Blanca para radicarse, definitivamente, en la Capital
Federal con toda su familia.
Ya
adulto y consagrado, la última vez que Eduardo A. Mallea visitó Bahía Blanca
dio una conferencia en la Biblioteca Popular Rivadavia y en su
extensa oratoria dijo: “Ya hace muchos
años que yo dejé de vivir en este paisaje, en esta ciudad donde nací. Cuando me
separé de ella yo era todavía un niño, pero apuntaba en mí lo firme y ya
intransferible de una vocación. La presencia de tantas dunas, de la ciudad
gris, y la proximidad del Atlántico habían tal vez influenciado en ese carácter
demasiado propenso a la soledad y la abstracción.”.
Primeros pasos…
En Buenos Aires Eduardo escribió sus primeros relatos
y publicó en 1920 el primer cuento “La Amazona ”. Tres años después, el diario “La Nación ” publicó su “Sonata
de soledad”.
Durante cuatro años, cursó estudios de Leyes en la Universidad de Buenos
Aires, época en que se hizo conocido con “Cuentos para una inglesa desesperada”
(1926).
En 1927 abandonó
los estudios de abogacía ingresando a la redacción del diario “La Nación ”, lo que
marcaría definitivamente su vida.
Suplemento Literario
Durante
veinticuatro años, desde 1931 hasta 1955, Eduardo fue director del Suplemento
Literario de “La Nación ”.
Desde ese cargo ejerció una influencia decisiva en la literatura argentina y
contribuyó a moldear el gusto del público.
Durante
su gestión en dicho diario, Mallea debió sortear situaciones difíciles, como la Guerra Civil
Española, la Segunda Guerra
Mundial y el primer peronismo, que enfrentaron ideológicamente a los
escritores.
En
ese sentido, Mallea actuó en las páginas del Suplemento con amplitud de
criterio, tacto y profundo sentido ético. Invitó a colaborar en las páginas
culturales a las figuras más prestigiosas de la época, como André Gide, Aldous
Huxley, Stefan Zweig, Pierre Drieu la Rochelle , Jean Cocteau, Paul Morand, François
Mauriac, Julien Benda, Ernest Hemingway, Theodore Dreiser, Waldo Frank, Jules
Supervielle y Hermann von Keyserling.
Entre
los españoles, enviaban sus colaboraciones José Ortega y Gasset, Pío Baroja,
Ramón Gómez de la Serna ,
Gregorio Maranón, Amado Alonso y Julián Marías.
La
lista de escritores argentinos que, por iniciativa de Mallea, se incorporaron
como colaboradores habituales del diario comprende a la mayoría de los nombres
más destacados de la literatura argentina de la primera mitad del siglo XX.
Alcanza con mencionar a Jorge Luis Borges, Adolfo
Bioy Casares y Silvina Ocampo.
Asimismo, el espíritu inquieto de
Mallea lo llevó a interesarse por los escritores noveles.
Durante
el período en que trabajó en “La
Nación ”, Eduardo escribió algunas de sus obras más
importantes y que más repercusión tuvieron en aquellos años, como “Historia
de una pasión argentina”. Hasta mediados de los años ’60, fue uno de
los ensayistas y novelistas argentinos más importantes del siglo XX.
“Sur”
Eduardo formó
parte del grupo fundador de la revista “Sur”. Victoria
Ocampo diría de su amigo: “Conocí a Eduardo Mallea cuando Waldo Frank
llegó a Buenos Aires en 1929 y empezó a hablarme del joven que traducía sus
conferencias. A poco andar este conocimiento indirecto se transformó en directo
y nació entre nosotros una gran amistad, reforzada por los vínculos que crea un
trabajo compartido.
Sin Frank y sin Mallea (¡cuántas veces lo habré repetido!)
la revista Sur, cuyos servicios
a nuestro mundo literario empiezan vagamente a reconocerse hoy, no hubiese
probablemente existido.
Frank volvió a su tierra dejando en el aire el proyecto de
revista. Mallea quedó aquí. Cuando llegó el momento, un año después (la revista
salió a comienzos de 1931), él fue quien puso manos a la obra (Guillermo de
Torre era secretario y la secretaría se reducía a un cuarto de mi casa de
Palermo Chico). Ya estaba en La Nación. Sabía de
imprentas, correcciones de pruebas, publicaciones, etc., cosas que yo conocía
poco y mal. Hubiese estado perdida sin su ayuda e insegura sin su entusiasmo.
La idea de fundar una revista como la que planeábamos lo ilusionaba más que a
mí. Y a su sensibilidad e inteligencia, a su fervor juvenil se debe la puesta
en marcha de algo que, me atrevo a decir, merece reconocimiento. Y me atrevo a
decirlo porque nunca fue el resultado de la labor de una sola persona sino de
varias unidas (y hasta desunidas y capaces de sobreponerse a los inconvenientes
que nacen de la diversidad de credos literarios). En sus comienzos, puedo
afirmar que la colaboración valiosa, perseverante de uno solo (sin embargo) fue
decisiva. Ese solo era Eduardo Mallea.
Recuerdo que en aquellos años me
decía con frecuencia: ‘Yo tengo que escribir. Tengo que escribir’. La necesidad
de expresarse por escrito era una obsesión Su talento lo exigía.
Sin embargo encontraba manera (en medio de sus tareas
periodísticas) de dedicar tiempo a la revista. Tiempo que robaba a sus propios
escritos (la prueba de generosidad por excelencia en un escritor).
Sin estos cuidados la revista difícilmente hubiese
sobrevivido a esa delicada primera etapa.
Que vayan en estas líneas mi agradecimiento, mi admiración y
afecto”.
Creación pura…
Se
unió al grupo martinferrista, al tiempo que mantuvo amistad con el escritor
argentino Ricardo Güiraldes y el mexicano Alfonso Reyes.
La
amplia y rica obra de Eduardo alcanzó repercusión mundial a partir de las
traducciones de sus libros al inglés, francés, alemán, italiano y portugués,
entre otros idiomas. A partir de esto, la crítica literaria mundial se hizo eco
de la importancia, el estilo y el destino de la obra de Mallea.
Presidió la Sociedad Argentina de
Escritores (SADE) y fue premiado por el Fondo Nacional de las Artes.
Asimismo, representó
a la Argentina
en la Oficina Europea
de las Naciones Unidas como delegado ministro plenipotenciario. Por otra parte,
recibió el gran premio de honor de la Sociedad Argentina
de Escritores y varios otros nacionales y extranjeros.
A
lo largo de su vida, fue invitado a pronunciar conferencias en muchos centros
académicos del mundo tales como las universidades de Princeton y Yale y la
Academia Goethe de San Pablo.
Un genial
legado
Eduardo
Alberto Mallea falleció el 12 de
noviembre de 1982 en Buenos Aires. Fue sepultado en el Cementerio de la
Recoleta.
A
pesar de su desaparición física, su legado literario es inmenso: “Cuentos para una inglesa desesperada” (Relatos,
1926); “Conocimiento y expresión de la Argentina ” (Ensayo;
Sur, 1935); “Nocturno europeo”
(Novela Confesional; Sur, 1935); “La
ciudad junto al río inmóvil” (Nueve relatos; Sur, 1931); “Historia de una pasión argentina”
(Ensayo confesional; Sur, 1937); “Fiesta
en noviembre” (Novela, 1938); “Meditación
en la costa” (Ensayo, 1939); “La
bahía de silencio” (Novela, 1940); “Todo
verdor perecerá” (Novela, 1941); “El
sayal y la púrpura” (Ensayos, 1941); “Las
Águilas” (Novela; primera de tres novelas, la tercera, “La tempestad”,
nunca se publicó; 1943); “Rodeada está de
sueño” (Memoria poética; subtitulada “El alejamiento”; la segunda parte,
“El retorno” apareció en un libro separado; 1944); “El retorno” (Memorias poéticas; conclusión de “Rodeada está de
sueño”; 1946); “El vínculo” (Novelas
cortas, 1946); “Los enemigos del alma”
(Novela, 1950); “La torre” (Novela,
segunda de las tres planeadas; la primera fue “Las Águilas”; 1951); “Chaves” (Novela; 1953); “La sala de espera” (Novela; 1953); “Notas de un novelista” (Ensayos; 1954);
“El gajo de enebro” (Obra teatral;
1957); “Simbad” (Novela; 1957); “Posesión” (Tres novelas cortas; 1958); “La razón humana” (Cinco relatos,
escritos entre 1940 y 1953; Losada, 1959); “La
vida blanca” (Ensayo poético; Sur, 1960); “Las travesías, I, II” (Reflexiones y notas personales; 1961,
1962); “La representación de los
aficionados” (Obra de teatro; 1962); “La
guerra interior” (Ensayo; Sur, 1963); “Poderío
de la novela” (Ensayos; 1966); “El
resentimiento” (Tres novelas: Los ensimismados, El resentimiento, y La
falacia; 1966); “La barca de hielo”
(Novela; 1967); “La red” (Novela; 1968); “La
penúltima puerta” (Novela; 1969); “Gabriel
Andaral” (Novela; 1971); “Triste piel
del universo” (Novela; 1971); “En la
creciente oscuridad” (Novela; 1973); “Los
papeles privados” (Biografía intelectual del personaje ficticio Gabriel
Andaral; 1974); “La mancha en el mármol” (Once
relatos; 1982); “La noche enseña a la
noche” (Novela; 1985).
Todas sus obras llevan el sello
indeleble de su genialidad…
INFORMACIÓN
EXTRA:
Mallea por Borges
El
célebre Jorge Luis Borges diría:
“En la República Argentina y tal
vez en América, Eduardo Mallea ofrece el caso más cabal y más alto de un
destino consagrado a las letras. Ha vivido y vive con plenitud, pero no suele
condescender a la confidencia, y lo íntimo que toda obra requiere para ser algo
más que un mero ejercicio verbal, se nos muestra exaltado y como trasmutado por
él con delicada alquimia. De los diversos géneros que distingue la retórica de
nuestro tiempo, Mallea abunda en el más arduo: la morosa novela psicológica,
cuya materia son las almas. Éstas siempre son lo primero. Sobre los hechos que
son un instrumento para que las conozcamos mejor y del sentimiento patético, y
no pocas veces avasallador, del paisaje, que no es jamás una decoración, sino
un medio, resaltan firmemente los caracteres. En ‘Todo verdor perecerá’ priva la tragedia engendrada por la
discordia de las almas dispares; en ‘Chaves’, la fábula narrada por el autor es un largo
adjetivo o atributo del solitario héroe.
El influjo ejercido por Mallea
sobre su generación y las ulteriores no se reduce, como en el caso de otros, a
una serie de hábitos sintácticos o a la repetición u obsesión de determinadas
palabras. Es más bien un mandato de sentir, de entender y de expresar con
claridad lo observado o soñado. Prescindir de su obra es renunciar a una de las
felicidades más altas que nuestras letras pueden darnos.
Para él, nuestra gratitud”.
Una perlita
azuleña…
La
familia Mallea continuó ligada a Azul (inclusive hasta nuestros días), pero en
especial hay una perlita en la maravillosa biblioteca que perteneciera al
doctor Bartolomé José Ronco. Con especial cuidado, se preserva una
edición de 1916 del “Don Quijote” cuyo editor resultara la “Casa Escasany”.
Constituida por seis tomos de pequeñas dimensiones, la afamada joyería los
obsequiaba a sus clientes. El tomo V posee un ex libris de
Eduardo Alberto Mallea.
Eduardo Alberto Mallea
fue un destacado escritor en su época. Nacido en Bahía Blanca, estuvo vinculado
familiarmente a Azul en donde, inclusive, fue bautizado.
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