Matías B. y Miñana, el benemérito vecino
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Matías B. y
Miñana
fue un criollo aindiado, hijo del coronel Ventura Miñana y de doña María
Trinidad Ponce, que nació en la ciudad de Buenos Aires, en el año 1833.
Llegó a los
pagos del Azul, muy pequeño, junto a su familia. Por estas tierras fronterizas,
complejas, de luchas permanentes, Matías fue curtiendo su carácter de manera
particular, siendo, a pesar de todo, moderado al momento de hablar e implacable
al actuar.
San Gregorio y el bautismo de fuego
La batalla de Caseros,
que había terminado con el gobierno de Juan Manuel de Rosas, había sido
ganada por una amplia alianza, en la que formaban parte los federales del
Litoral, los unitarios del interior y de la ciudad de Buenos Aires, y apoyos
externos. La organización subsiguiente, en consecuencia, debería surgir de
alguna forma de entendimiento entre unitarios y federales. Además, existía un
enfrentamiento latente entre los intereses de la provincia de Buenos Aires y
las del interior.
Durante los
meses que siguieron a la batalla, las provincias del interior llegaron a un
amplio acuerdo con el general Justo José de Urquiza, a quien
dieron el mando provisorio del país y encargaron organizar la Convención
Nacional que debería sancionar la Constitución. En cambio, en Buenos Aires, una
alianza de unitarios y ex rosistas se negaron a aceptar el acuerdo y rechazaron
sus cláusulas en la Legislatura.
Alarmado por el
retroceso institucional que esto significaba, el general Urquiza dio un golpe
de Estado, disolvió la legislatura porteña, expulsando a los más notorios
rebeldes, y asumió personalmente el gobierno. En los dos meses que siguieron,
fueron electos y se reunieron en Santa Fe los miembros de la Convención.
Pero el 11 de
septiembre de 1852, cuando Urquiza estaba en viaje hacia Santa Fe para
inaugurar sus sesiones, los líderes unitarios derrocaron al gobernador delegado
y rechazaron una vez más el Acuerdo. De hecho, se separaron del resto del país,
iniciando lo que se llamó el Estado de Buenos Aires. Urquiza
inauguró la Convención sin la presencia porteña.
Los porteños
organizaron dos ejércitos: uno se estableció en San Nicolás, al mando del general
Gregorio Paz. El otro ejército invadió Entre Ríos en noviembre, dividido en dos
cuerpos, uno al mando de Juan Madariaga y el otro de Manuel Hornos. Pero la
doble invasión fue derrotada por los entrerrianos.
El Comandante de
Campaña, coronel Hilario Lagos, se pronunció contra el gobierno el 1 de
diciembre. En pocos días, dominó los partidos del interior de la provincia y se
dirigió sobre Buenos Aires.
A pesar de que
las milicias urbanas, dirigidas por Bartolomé Mitre, evitaron que la
ciudad fuera tomada en el primer asalto, las tropas de Lagos la rodearon con un
cerco militar y, en menos de una semana, le impusieron un verdadero sitio.
El gobernador, Manuel
Guillermo Pinto, se entrevistó con Mitre y con el coronel Pedro
Rosas y Belgrano, el cual le aseguró que contaba con simpatías
suficientes en los cantones de frontera sur con los indígenas, como para
enfrentar a Lagos desde la retaguardia. El Gobernador envió a Rosas y Belgrano
con unos pocos acompañantes al puerto del Tuyú y le prometió enviarle en unas
semanas un importante refuerzo, especialmente de infantería.
Apenas
desembarcado, Rosas y Belgrano convocó a los caciques indígenas para que cumplieran
sus compromisos de un año antes, en que habían prometido defender a Buenos
Aires de un ataque exterior. Reunió varios grupos dispersos, y marchó hasta Dolores,
donde logró reunir unos 3.500 hombres y algo más de 1.000 indios. Pronto
regresó hasta la costa del río Salado, a esperar la prometida
expedición naval con armas y municiones, que nunca llegó. Se instaló cerca de
la desembocadura del río, en el puesto de “San Gregorio”, donde apenas había un
monte de talas y un rancho.
El jefe de la
vanguardia del ejército de Lagos, Juan Francisco Olmos, reunió algunos hombres
y se estacionó en la Laguna de Lastra, donde fue repentinamente atacado por las
fuerzas de Ramos Mejía, forzándolo a retirarse en dirección a Chascomús, donde
se unió al ejército enviado por Lagos,
que iba al mando del coronel Jerónimo Costa.
El “Combate
de San Gregorio”, se desencadenó el 22 de enero de 1853.
Al llegar frente
al ejército enemigo, Costa puso a sus tropas al mando del general Paz, jefe de
su estado mayor. Por su parte, Rosas y Belgrano delegó el mando de las suyas en
el coronel Faustino Velazco, recién incorporado al ejército porteño.
Las tropas de
ambos ejércitos formaron en la ubicación tradicional, con sus alas de
caballería y su centro de infantería y artillería. Sin embargo, antes de
terminar de ubicarse, los indígenas del ejército de Rosas y Belgrano
conferenciaron con los indios que venían en el ejército federal; y, de común
acuerdo, todos abandonaron el campo de batalla.
Con ese cambio,
la situación quedaba ampliamente a favor del ejército de la Confederación.
Además, contaban con mucho mejor armamento, mejores mandos intermedios y más
experiencia en las tropas. La única ventaja del ejército unitario eran sus
mejores y más numerosos caballos.
Paz, que no
estaba seguro del número de sus enemigos, inició el ataque con una carga de
caballería muy cautelosa. Tanto, que fue fácilmente rechazada por las exiguas
infantería y artillería porteñas. Pero cuando el teniente coronel Nicanor
Otamendi pretendió contraatacar, sus hombres se negaron a obedecer y lo
tomaron prisionero. Pasaron entonces dos horas de expectativa, con los dos
ejércitos intentando mejorar sus posiciones.
Viendo la
situación, Paz ordenó un ataque general de su caballería, que se llevó por
delante al ejército enemigo en minutos. Muchos de los soldados intentaron
salvarse lanzándose al río, pero las barrancas de la costa les impidieron
terminar el cruce y muchos murieron ahogados. Sin embargo, los menos, como el
joven y valiente Matías B. y Miñana, de casi veinte años, pudieron concretar la
hazaña nadando por el imponente río. Otros, como el coronel Velazco, quedaron
encerrados contra las altas barrancas y fueron muertos.
Los que fueron
alcanzados antes por los oficiales que por los soldados, como Ramos Mejía, Otamendi
y Rosas y Belgrano, salvaron sus vidas empero fueron tomados prisioneros. Sólo
muy pocos pudieron escapar, entre ellos el coronel Campos y el joven de 18 años
José
Hernández (quien 20 años más tarde publicaría su célebre “Martín
Fierro”), que en dicho combate tuvo su bautismo de fuego habiendo
formado en las partidas que habían bajado de la zona de Sierra de los Padres.
Al mediodía, la
batalla había terminado.
Poco después, un
consejo de guerra presidido por el coronel Isidro Quesada condenó a Rosas y
Belgrano a muerte, a pesar de la defensa que de él hizo el coronel Antonino
Reyes. Pero Lagos no quiso cumplir la orden (por “llevar la sangre del ilustre general Belgrano”) y lo puso en
libertad.
Matías B. y
Miñana
regresó a sus pagos para recordar con orgullo y honor el que fuera su bautismo
de fuego.
De vuelta a los pagos azuleños…
Matías contrajo
matrimonio en el Azul con Carmen Espíndola, ocho años menor
que él, con quien tuvo, al menos, tres hijas nacidas en estas tierras: Eva (25 de abril
de 1871), Eleuteria Evita (20 de febrero de 1874) y Carmen Victorina (5 de
octubre de 1877).
Entre el 1 de agosto de 1872 y el
7 de diciembre de 1873 (período marcado por el Libro de Defunciones de la
Catedral), fallecieron su hija Eva, de poco más de un año de edad, y su hermano
Justo B. y Miñana quien tenía 34 años.
La más sangrienta
de las batallas
Manuel
Grande, Chipitruz y Calfuquir,
invadieron en 1871 los partidos de Azul, Olavarría y Tapalqué. Al encuentro de
los invasores salieron los comandantes Celestino Muñoz y Matías
B. y Miñana. La fuerza de estos jefes se componía en su mayor parte de
vecinos del Azul y soldados del Regimiento N°16 de la Guardia Nacional del que
era segundo jefe el comandante Muñoz; siendo su jefe en propiedad el coronel
Don Francisco D’ Elía, quien se encontraba ausente.
El
3 de mayo los invasores presentaron batalla en la Laguna de Burgos. Allí
tuvo lugar el terrible encuentro. En el primer enfrentamiento, las fuerzas
militares fueron doblegadas dado el aplastante número de indios.
Cipriano
Catriel llegó en protección de los
cristianos al frente de un Regimiento de indios de su tribu en el preciso
momento que las hordas de Manuel Grande estaban a punto de decidir el
enfrentamiento a su favor.
Los
comandantes Muñoz y Miñana, que hacían esfuerzos denodados por contener la
carga irreverente y furiosa de los indios, estuvieron a punto de quebrarse ante
la avasallante tormenta de lanzas embravecidas que los acosaban.
Cipriano
Catriel tendió su línea de defensa con la intención de atacar por el flanco a
los indios de Manuel Grande. Muñoz, que no perdió su serenidad se dio cuenta
del movimiento de su aliado, y mientras exhortaba a sus soldados a sostenerse
en sus puestos, rápido enderezó a gran carrera hacia donde Catriel maniobraba.
Ambos, al frente de los indios catrieleros, cargaron con valeroso empuje
destrozando el ala izquierda del enemigo que era mandada por el cacique
Calfuquir.
Los
soldados del 16 de Guardias Nacionales y los vecinos armados que se habían
mantenido firmes defendiéndose con bravura, al ver llegar a su jefe y a Catriel
comenzaron a exclamar con profunda exaltación vivas al Gobierno bonaerense, a
sus jefes, y al cacique general Cipriano Catriel.
El
pronóstico cambió por completo.
En
el ala derecha se batía con bravura y coraje el comandante Miñana. Un lanzazo
lo hirió en el muslo y otro dio muerte a su caballo, logrando que el jinete se
desplomara imprevistamente sobre unos pajonales. En el momento de confusión, perdiendo
sangre a borbotones, Miñana se improvisó un torniquete en la pierna mientras
algunos de sus compañeros de lucha lo cercaron con sus caballos para
protegerlo. Apenas estuvo listo, sin dudarlo ni temer por la suerte de su
herida, el valiente Comandante montó sobre otro corcel y arremetió contra sus
enemigos con una inconmensurable decisión.
Con
algunos soldados del 16 y los vecinos del Azul, Miñana logró dispersar a la
indiada que huyó en desesperante desorden. Catriel con sus lanceros completaron
la dispersión, persiguiendo a los invasores y lanceando a los que quedaban a su
alcance. La piedad no fue el denominador común.
Envuelto
en una espesa polvareda, el cacique Calfuquir quedó apartado de sus
indios en el campo de batalla. Apenas logró orientarse pretendió huir, empero
en ese instante lo reconoció el capitanejo Villanamun, uno de los indios de la
tribu de Catriel.
Villanamun,
que se percató del despiste de su adversario, se apuró a perseguirlo. Apenas
pudo le boleó el caballo. Calfuquir intentó liberar a su animal, pero no pudo.
Sin piedad, Villanamun se abalanzó sobre él blandiendo su temible lanza.
Quedaron frente a frente, desafiándose para batirse a duelo. Uno, dos… decenas
de lanzazos y un vencedor. Calfuquir cayó agonizante y al instante su cabeza se
convirtió en un trofeo.
La
Batalla
de Laguna de Burgos fue una de las más sangrientas que se haya librado
en la frontera Sud de la Provincia.
La
decidida acción de los comandantes Miñana y Muñoz, y del cacique general
Cipriano Catriel, evitó que el desbocado malón encabezado por Manuel Grande,
Chipitruz y Calfuquir hubiera penetrado hasta el corazón mismo de la Provincia.
La magnífica conducta de esos valientes jefes mereció dignísimos elogios de los
vecindarios del Azul, Olavarría, Benito Juárez, Tapalqué y Las flores, a los
que libraron del malón y del ultraje de los invasores.
Las espadas del héroe
En
agradecimiento a la incansable lucha en beneficio y resguardo del pueblo, el
presidente de la Corporación Municipal del Azul, don José Botana, en nombre de
los vecinos, le entregó al Comandante Miñana una espada de honor. En efecto, se
trató de una espléndida arma con vaina de plata y la significativa leyenda: “El
pueblo del Azul a su Comandante don Matías B. y Miñana, año 1871”,
grabada en su hoja.
Por su parte, debido a la
destacada participación en la Batalla de la Laguna de Burgos, el
Ministro de Guerra, Dr. Adolfo Alsina, en nombre del gobernador de Buenos Aires, Mariano
Acosta, les entregó a Celestino Muñoz y a Matías B. y Miñana
extraordinarias espadas con sus nombres grabados en la empuñadura, como así
también la fecha de la batalla (3 de mayo de 1871) y el Escudo provincial. Las mismas les fueron entregadas en mano por
el coronel José María Morales, quien se acercó a nuestros pagos y a los
olavarrienses, para cumplir personalmente con el mandato.
Logia Masónica “Estrella del
Sud N° 25”
Buscando encauzar sus ideales,
como muchos hombres de la época, el comandante Matías B. y Miñana se incorporó
al Cuadro de la Logia masónica “Estrella del Sud N° 25”. Allí se
desarrolló como una personalidad destacada, rodeado de muchos otros que como él
aspiraban a alcanzar el máximo progreso de la comunidad.
Hacia 1874 fue nombrado Segundo
Experto dentro de la organización de la Logia y, al año siguiente, fue
ascendido a Primer Experto.
El viejo
vecino de Olavarría
En
las presentaciones al Gobierno, elevadas por vecinos de Olavarría y Azul para
que se deje sin efecto el traslado de la Comandancia, Don Juan Mazzuchi publicó
una nómina de antiguos y distinguidos vecinos de la vieja Olavarría, todos
argentinos y propietarios, entre los que se hallaba el comandante Matías B. y
Miñana, quien aparece destacado como “Guerrero del Paraguay” (extensa
guerra de la que participó en combates menores).
En 1875, las hordas indígenas
pusieron sitio a Azul y Olavarría. En San Jacinto estaba organizada la
estancia de don Celestino Muñoz, que consiguió pasar con peones y caballada
hasta Azul, poniéndose a las órdenes del Ejército, en tanto el establecimiento
era arrasado. El 30 de diciembre el teniente coronel Vintter derrotó a los
indios sublevados en el combate de La Tigra después de rudísima batalla
contra mil quinientas lanzas, rescatando inmensas cantidades de ganado que
arreaban hacia fuera de la frontera (estimado en 170.000 vacas, 30.000 caballos
y 40.000 ovejas). Recuperada la hacienda, se conformó una comisión encargada de
reintegrarla a sus propietarios, en la que figuran, entre otros, los señores Matías
B. y Miñana, Crescencio Acosta, Celestino Muñoz, Joaquín Pourtalé y
Esteban Louge.
Los primeros pasos en la política
El 2 de febrero de 1872, don
Matías B. y Miñana aparece por primera vez designado como Municipal, es decir,
cumpliendo funciones similares a las que desempeñarán en el futuro los
concejales.
Hacia 1876, fue
nombrado Presidente de la Corporación Municipal de Azul. Ese año la
Comuna fue conducida por cinco presidentes, actuando además al frente de la
administración azuleña: Ceferino Peñalva, Pililiano Sánchez Boado, Demetrio
Alsina y Antonio Ferrón
El malón de Namuncurá contra Olavarría
El cacique Namuncurá, insatisfecho
por no haber obtenido la victoria a que aspiraba, volvió a amenazar a las
tropas nacionales con unos dos mil lanceros en la madrugada del 2 de agosto de
1876.
El coronel Antonio Dónovan debió
enfrentarse a los lanceros de Catriel que a su vez estaban apoyados por algunos
indios de tribus chilenas.
Dónovan avanzó con tres columnas
compuestas incluso por vecinos de la misma Olavarría que era la principal
amenazada. Los objetivos de las tropas eran los indios que a caballo
permanecían ocultos entre los pajonales.
A pesar de la ventaja numérica de Juan
José Catriel y sus indios, huyeron dispersándose revoltosamente. No
obstante, Catriel, que conocía las costumbres de los cristianos, entre los que
había vivido algún tiempo, procuró entretener a Dónovan para alejar
subrepticiamente la mayor cantidad posible de ganado.
En la
mañana del día 8 la tranquilidad reinaba hasta que las milicias notaron que el
enemigo emprendía la retirada en tres columnas, en dirección a Mari Lauquen con
un arreo considerable. Sin pérdida de tiempo Dónovan le ordenó al comandante Matías
B. y Miñana se incorpore a las fuerzas que, procedentes de Buenos
Aires, venían al mando del sargento mayor Pablo Belisle.
La
marcha se inició con tres columnas compuestas por la guardia nacional de
Olavarría, una compañía del Regimiento Alsina y la Guardia Nacional del Azul,
con el teniente coronel Matías B. y Miñana como comandante.
A
algunos kilómetros, los bomberos informaron que los indios apresuraban la fuga.
Entonces se le ordenó a Miñana que con las fuerzas a su mando procure
adelantárseles, mientras el resto de la tropa iba al galope en dirección a la
retaguardia enemiga, la que, alcanzada en una carga violenta, tuvo que
abandonar parte del arreo.
El bravo Miñana no se detuvo en el primer
choque y se dirigió al Fortín Almada, donde los fugitivos
pretendieron resistir. Ante el doble ataque llevado a cabo por él y el teniente
Jorge
Reyes, caracterizados el del primero porque cargó a su frente acosando
al enemigo y el del segundo por haber ejecutado un movimiento envolvente
cayendo en el flanco izquierdo de los indígenas, se vieron forzados a seguir
huyendo.
El ataque fue repelido con fiereza y
mucho coraje. Sin embargo, Namuncurá seguiría poniendo en jaque a la frontera...
En julio de 1878 se llevó a cabo una
invasión no muy numerosa que así quedó registrada en un parte militar: “Ha tenido lugar una invasión de cuarenta
indios, a nueve leguas de este pueblo. Son los que penetraron el domingo por la
frontera a cargo del comandante Antonio Dónovan. De la estancia de don Matías
B. y Miñana y de las inmediaciones, se llevaron un arreo de dos mil yeguas y
caballos. La invasión ha abrazado todas las nacientes del Arroyo Azul. Ha
tenido lugar un desgraciado combate entre los vecinos y los indios. Cuatro
vecinos muertos y seis heridos. De los indios, dos muertos…”.
El difícil camino de la política
En 1878, año en el que los Miñana
volvieron a recibir un duro golpe económico, Matías fue nuevamente convocado
como Municipal.
El teniente coronel don Ventura
Miñana, el mayor de los hermanos, murió en 1882, llenando de dolor a la
familia.
El 4 de junio de 1884, Matías y su
esposa Carmen adoptaron a un pequeño “hijo
de padres indios no conocidos”, nacido, según consta en los registros
parroquiales, “más o menos en 1872”.
El matrimonio lo bautizó Patricio Miñana.
En un acta del Honorable Concejo
Deliberante del 18 de noviembre de 1899, Matías B. y Miñana aparece conformando
el cuerpo deliberativo junto a reconocidos vecinos como el Dr. Ángel
Pintos, Antonio Aztiria, Marcial Petersen, Adolfo
Vidal e Irene Navas.
Hacia 1900, el Honorable Concejo
Deliberante estaba conformado por cuatro Radicales como Miñana, Ocampo,
Astorga y Porterrieu; cuatro Cívicos Nacionales: Pintos, López,
Aztiria y Zabala; y dos Autonomistas Nacionales: Navas y
Vidal.
Desempeñándose el señor Alejandro
Brid como intendente, Miñana continuó integrando el cuerpo deliberativo,
rodeado de personalidades destacadas como Irene Navas (Presidente del Concejo);
Joaquín López y Emiliano Astorga (Vicepresidentes 1° y 2° respectivamente); y
Ángel Pintos, Martín Álves, Antonio Aztiria, Adolfo Vidal, Marcial Porterrieu,
Vicente Gauthier (Vocales).
Poco más tarde, Miñana pasó a
conformar la Comisión de Obras Públicas junto al Dr. Pintos.
Vale aclarar que en todos los cargos
que desempeñó no cobró dieta alguna o apenas tuvo ingresos paupérrimos. Sin
embargo, las inquietudes sociales y políticas del comandante Matías B. y Miñana
lo llevaron a destacarse con prontitud en los círculos azuleños y olavarrienses
en los que tuvo actuación. Mas siempre su palabra, justa y mesurada, fue tenida
en cuenta dada su experiencia no sólo como hacendado sino encabezando duras
batallas como simple soldado o hasta capitán de la Guardia Nacional.
Azul, el epicentro de la Revolución Radical del ’93
El 30 de julio
de 1893, procedente de Las Flores, Hipólito Yrigoyen arribó de
incógnito en tren a Azul.
En su campo “El
Trigo”, ubicado en el Partido florense, Yrigoyen se había retraído un tiempo
atrás pergeñando su revolución contra un régimen político fraudulento y
autoritario que, según su visión, hundía al país en una profunda crisis
política, social y económica. Tras un importante esfuerzo logró reunir un gran
número de hombres a los cuales se ocupó de armar.
La Revolución
del ’93 fue la primera en concretarse en la provincia de Buenos Aires y
comenzó, tal como lo había decidido el “Peludo”, con la toma de la ciudad de
Azul. Aquel frío día invernal Yrigoyen llegó con una considerable fuerza
revolucionaria armada con la cual buena parte del pueblo azuleño hizo causa
común porque, como se decía, “el gobierno
era un conventillo de vagos, compadritos y pendencieros” encabezados por
los hermanos Manuel y Evaristo Toscano.
Las autoridades
municipales y los toscanistas se atrincheraron en el Palacio Municipal. Sin
embargo, pronto debieron deponer su actitud. Hipólito Yrigoyen armó una
comisión y puso al frente de la Comisaría al “Gorra Colorada”, el
comisario Luis Aldaz, quien supo con habilidad persuadir a los que se
resistían.
En Azul, el
radicalismo no tenía caudal político, pero la revolución pudo triunfar gracias
al apoyo de los seguidores del general Bartolomé Mitre que constituyeron los
contingentes más numerosos para la lucha.
Con el doctor Isidoro
Sayús en la Intendencia y Luis Aldaz en la Comisaría,
Yrigoyen, la Junta Revolucionaria y la tropa radical pasaron a la cancha de
pelota de don Miguel Olasagasti donde almorzaron. Luego, Yrigoyen se fue tan
silencioso como había llegado…
La revolución
que se había iniciado simultáneamente en 82 ciudades, triunfó en todas partes
de la provincia, llegando a contar con un ejército de 8.000 hombres. Sin
embargo, el 25 de agosto el Comité Provincia de la Unión Cívica Radical decidió
entregar las armas. La revolución había sido vencida, aparentemente…
Revolucionario
hasta el final
El
comandante Matías B. y Miñana, fue uno de los revolucionarios, a pesar de
que en aquella época ya era un “noble
anciano”, que al paso de los años y de las ingratitudes de la Patria, bien
podría haberse mantenido ajeno a todo lo que significara un sacrificio, desde
que él sirviéndola solo conquistó pobreza, después de gastar toda su fortuna al
servicio de las caras afecciones del suelo nativo.
Una
fotografía, tomada en 1893, presenta al viejo luchador ciñendo la gloriosa
espada que el pueblo del Azul le regalara en 1871, y la cual sacara a relucir
para defender la Constitución en el referido movimiento cívico, bajo la egida
patriótica de la Unión Cívica Radical, cuya escarapela ostentaba orgulloso y
consciente de los importantes cambios que acarrearía aquella revolución.
Un héroe empujado a la mendicidad
Tal vez enferma de soberbia, e
ingrata, nuestra ciudad se ocupó de olvidar deliberadamente la obra y la lucha
de uno de sus hombres más destacados. Esas cuestiones del destino, que a veces reserva
bronces para los traidores y anonimatos para los héroes, empujaron al destacado
comandante Matías B. y Miñana a una situación por demás extrema e inmerecida
totalmente.
En 1898, el diario azuleño “El
Imparcial” (Año V N°619), a pesar de ser su adversario político,
publicaba: “El comandante Miñana. Este
viejo servidor del Azul se ha dirigido a algunos vecinos antiguos para
comprobar ante los poderes públicos, algunos de los muchos servicios que ha
prestado, con desinterés y abnegación poco comunes.
No somos amigos políticos del comandante Matías B. y Miñana, y nuestras
palabras, por lo tanto, no pueden ser tachadas de parciales e interesadas, hoy
que todo se somete y se mide por el cartabón menguado de la pasión política.
Conocimos ayer la solicitud del señor Miñana a que nos referimos, dirigida a
algunos vecinos, y un impulso poderoso de justicia nos movió inmediatamente a
escribir este ligero suelto, como una manifestación espontánea de simpatía, de
un órgano de publicidad del Azul, hacia el meritorio ciudadano que tan
señalados servicios ha prestado a esta población en los tiempos difíciles de su
organización social.
Y no sólo el Azul tiene profundas deudas de gratitud para el Comandante
Miñana: las tienen también Juárez, Tandil, Tapalqué, Las Flores, etc.,
vecindarios por cuyos intereses, por cuyas vidas, amenazados por las hordas
salvajes, más de cuatro veces peleó resueltamente; los tiene, bien puede
decirse, el país en general, por los servicios prestados en diferentes campañas
militares.
Muchos que no han prestado ni la décima parte de los servicios del Sr.
Miñana, ocupan hoy, por favoritismo oficial, encumbradas posiciones: es verdad
que habrán adulado a los altos y se habrán arrastrado humildemente por sus
antesalas; cosas que no ha hecho nunca nuestro modesto convecino.”.
Ahora que somos viejos…
El diario
azuleño “El Pueblo”, el 5 de mayo de 1901 publicó una misiva que le
enviara Matías B. y Miñana a su viejo compañero de armas, a la cual encabezó de
la siguiente manera: “…la sublevación de
los caciques Manuel Grande, Chipitrú y Calfuquir, que fue contenida y dominada
por la Guardia Nacional del Azul el 3 de mayo de 1871, merece recordarse como
un timbre de honor de nuestra milicia y sus dignos jefes: Celestino Muñoz y
Matías Miñana. Es posible que Azul hubiera caído en poder de los indios de no
mediar la acción de la Laguna Burgos. El Sr. Miñana, actor de primera fila en
aquel episodio memorable dirige al Sr. Muñoz la carta que publicamos.”
Azul,
mayo 3 de 1901.
Sr.
Celestino Muñoz:
Hoy
se cumple el 30 aniversario de la jornada de la Laguna de Burgos, contra los
indios de Calfuquir, Chipitrú y Manuel Grande en el que le cupo a la Guardia
Nacional del Azul, comandada por usted un papel distinguido en esa ardua
guerra.
Ahora
que somos viejos, que nos acercamos al fin de una tan azarosa vida, es grato
recordar aquellas acciones en las que luchamos juntos.
Reciba
mi viejo amigo, sinceras congratulaciones de su antiguo compañero de armas en
luchas fecundas por la civilización y en las que fuimos obreros y soldados.
Atte.
Matías B. y Miñana.
La respuesta por
parte del vecino olavarriense no se hizo esperar y apareció publicada en el
mismo medio el día 8.
Azul,
mayo 5 de 1901
Sr.
Matías B. y Miñana
Estimado
amigo:
A
mi regreso de Olavarría me encuentro con su carta que trae recuerdos altamente
honrosos para la Guardia Nacional del Azul y para el que suscribe, la que
descolló siempre por su valor y abnegación.
Le
recuerdo algunos hechos. Participé en San Gregorio, donde los vecinos del Azul
defendieron las libertades públicas y fueron contra las huestes de Urquiza a
batirse con desigualdad numérica contra tropas organizadas y al mando de jefes
de alta reputación, pero pelearon con decisión y cayeron como bravos, vecinos
como Jacinto Nievas y muchos otros, prisioneros y heridos, Justo Martínez, Juan
Muñoz, y otros salvando milagrosamente la vida; el joven Miñana, que peleando
valientemente, pudo salir con otros, pereciendo muchos de ellos ahogados al
pasar el Salado.
En
la Guardia Nacional prestó Ud. sus servicios más de una vez. Parte de esa
Guardia lo acompañó a Ud. como voluntario en Pavón, hallándose movilizados los
Regimientos 16 y Sol de Mayo en el que marchó Ud. con su escuadrón de
Voluntarios del que era Ud. Capitán.
Esa
misma Guardia lo acompañó a Ud. a la Cañada de Gómez, donde se batió
heroicamente a las órdenes del General Flores y tomó prisioneros al Cura y al
Coronel Laprida…
Atte. Celestino Muñoz.
La muerte de un valiente
Matías B. y Miñana murió en Azul el
11
de octubre de 1905. Se hallaba viviendo solo, pues había enviudado
varios años antes, en un domicilio sito en Moreno y Benito Juárez (actual Gral.
Julio A. Roca), el cual estimamos ocupaba en préstamo, ya que su situación
económica era absolutamente precaria.
Falleció a los 73 años tras una
rápida y devastadora enfermedad que lo llevó a una masiva infección intestinal.
El intendente Eufemio
Zabala y García firmó un Decreto en el que en su Art. 1 establecía que “La Intendencia Municipal sufragará todos
los gastos que origine el sepelio”. Además donaba a la familia “un nicho en el Cementerio Central”,
pues era por todos sabido que el Comandante había quedado en la más absoluta
pobreza al haber sido despojado de la poca tierra fiscal que poseía.
Los restos del
benemérito vecino, del héroe que todo lo dio por el Azul y su gente, fueron
sepultados en el nicho 18, sección 4, fila 3, del Cementerio Central.
INFORMACIÓN EXTRA:
Un tesoro
empeñado
En
el periódico “La Tarde” del Tandil, el 11 de marzo de 1915, apareció una
carta del Sr. Antonio G. del Valle, en la cual le informaba a la comunidad
serrana que había tomado conocimiento de “…una
curiosa y en el fondo triste noticia que sintetizaba en muchos sentidos la
ingratitud hacia los mejores servidores del país que han vivido y mueren
pobres, desvalidos, sin que el sacrificio de sus hechos personales alcancen la
condigna compensación de una vida material mejor vivida.
Tal vez hijo de esa fatalidad el
comandante Miñana sirvió a la Patria dejándole una brillante página en los
anales de la civilización contra la barbarie, para morir pobre, enajenándolo
todo, hasta llegar al magno sacrificio de empeñar esa espada evocadora de sus
gallardos tiempos.”.
Quien
la halló en la Capital fue don Isaac Escobar, quien comprobó que la
gloriosa espada del Comandante Miñana, había sido empeñada en $400 m/n, en el Restaurante
“Los Vascos”, de Legarreta Hermanos, sito en Lima
1775, frente a Constitución.
El
conocido periodista Del Valle encomendó a los señores Rafael y Celestino Muñoz,
de Olavarría, para que ellos propicien también el levantamiento de una
suscripción popular para rescatar la espada y enviarla luego al Museo
Histórico Nacional.
En su misiva, Del Valle agregaba: “la espada de Miñana no puede permanecer un
solo instante donde se encuentra. Por eso los invito a reunir los $400 en que
está empeñada y por tanto me suscribo con $25. No dudo un instante que esta
noble iniciativa será acogida con sinceridad, pues no tiene otro móvil que
sacar del olvido esa histórica joya, rememoradora de tantas glorias de aquel
bravo que se llamó Matías B. y Miñana, que nació y vivió rico y murió podría
decirse en la indigencia”.
Mientras
en Azul nada se concretaba en favor del rescate de la espada del Comandante
Miñana, en Tandil los trabajos se realizaban con gran entusiasmo. En breve, la contribución
de los vecinos de esa ciudad para el rescate alcanzó los $150, destacándose en
la nómina de colaboradores los señores: Ramón Santamarina (h), Jorge Santani,
Arturo Santamarina, Nicolás Avellaneda, Faustino Iturralde, Alfredo y Horacio
Echagüe, Honorio Elgue, Francisco M. Amephil, entre otros.
El
comandante Matías B. y Miñana había sido un estanciero rico, pero que vendió
todo por su elevado amor a la patria para hacer frente a las imperiosas
necesidades de aquella campaña, quedando reducido después de haber triunfado a
una miseria casi espartana, que lo obligó más tarde a desprenderse de su único
y precioso capital, su espada triunfadora, la cual sigue perdida en las
nebulosas de la historia y el tiempo…
En el Museo Etnográfico y Archivo
Histórico “Enrique Squirru” de nuestra ciudad se conserva la espada que
le fuera obsequiada a Celestino Muñoz, idéntica a la
entregada a nuestro vecino Miñana.
La fotografía, tomada en 1893, presenta
al viejo luchador ciñendo la gloriosa espada que el pueblo del Azul le regalara
en 1871, la cual sacara a relucir durante la Revolución de laUnión Cívica Radical.
En
decenas de documentos de todo tipo, el comandante aparece mencionado como
Matías B. y Miñana, e inclusive el firmaba de igual manera. Sin embargo, no hay
ningún registro que indique que significaba la “B”.
Los restos de Matías B. y Miñana
fueron sepultados en el nicho 18, sección 4, fila 3, del Cementerio Central, el
cual le fuera donado a la familia por la Municipalidad de Azul.
Muy interesante un revolucionario y muy poco conocido
ResponderEliminarEs uno de mis personajes favoritos de la historia azuleña...
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