“Los Belgrano y el Azul”
Los
herederos del general Manuel Belgrano
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
El 25 de mayo de 1820, Manuel Belgrano recibió en su casa
al escribano Narciso Iranzuaga, José Ramón Milá de la Roca, Manuel Díaz y Juan
Pablo Sáenz Valiente. Un escribano y tres testigos.
Diez años después de aquella brillante jornada para las Provincias
Unidas del Río de la Plata, Manuel Belgrano, uno de los actores
principales, estaba postrado en una cama en su casa paterna. Ante el Escribano
y los testigos manifestó: “estando
enfermo de la que Dios Nuestro Señor se ha servido darme; pero, por su infinita
misericordia, en mi sano juicio; temeroso de la infalible muerte a toda
criatura e incertidumbre de su hora, para que no me asalte sin tener arregladas
las cosas concernientes al descargo de mi conciencia y bien de mi alma, he
dispuesto ordenar éste, mi testamento”.
Al principio realizó una extensa profesión de fe cristiana, con
invocación de la Santísima Trinidad, de la Santa Madre Iglesia Católica
Apostólica Romana, la Serenísima Virgen María, su amante esposo San José, el
Ángel de la Guarda, el Santo de su nombre y demás miembros de la corte
celestial. Seguidamente pidió que su cuerpo fuera “amortajado con el hábito de patriarca de Santo Domingo” y que lo
sepultaran “en el panteón que mi casa
tiene en dicho Convento”. Por otra parte, declaró: “Que soy de estado soltero y que no tengo ascendiente ni descendiente”,
aunque en otra foja se ocupó de aclarar que su albacea –su hermano Domingo
Estanislao-, “al cual, respecto a que no
tengo heredero ninguno forzoso, ascendiente ni descendiente, le instituyo y
nombro de todas mis acciones y derechos presentes y futuros”. En otras
palabras, encomendaba a su hermano que se ocupara “de lo que pudiera ocurrir”.
En verdad, Manuel Belgrano estaba protegiendo a su hija Manuela Mónica del Corazón de
Jesús Belgrano. Su primogénito, Pedro Pablo Rosas y Belgrano, tenía
su educación y futuro económico asegurados gracias a que de alguna manera lo
habían adoptado –aunque la adopción no se estilaba en los términos actuales- Juan
Manuel de Rosas y su esposa, Encarnación Ezcurra.
Quien quedaba en una situación desventajosa era su hija natural. En
consecuencia, encomendó a través del testamento a su hermano que se encargue de
resolver todos los asuntos ligados a la pequeña tucumana que el 4 de mayo había
cumplido un año de edad.
No declaró ningún patrimonio, sólo deudores y acreedores. Luego, con las
escasas fuerzas que tenía, Manuel Belgrano firmó su testamento fechado una
década después de la gloriosa epopeya de 1810.
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano falleció, a los 50 años de edad, el 20 de
junio de 1820.
El primogénito
María Josefa Ezcurra era una
jovencita de apenas 16 años, gozosa de una buena posición económica y social,
cuando conoció a Manuel Belgrano. Se enamoraron profundamente y mantuvieron una
intensa relación entre 1802 y 1803. Sin embargo, su padre la casó con su primo,
Juan Esteban de Ezcurra, proveniente de Pamplona de Navarra, (España). Después
de nueve años de matrimonio, sin hijos, y disconforme con la Revolución de
Mayo, Ezcurra se exilió en su patria. María se negó a acompañarlo y aunque
nunca más volvió a verlo, él la nombró su heredera.
Guiada por sus impulsos amorosos, cuando
Belgrano fue nombrado General en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú, María
Josefa partió a buscarlo. San Salvador de Jujuy fue el sitio donde se produjo
el anhelado reencuentro en los primeros días de mayo de 1811. Allí
permanecieron juntos tres meses.
Posteriormente, María Josefa decidió
seguirlo en el Éxodo Jujeño y hasta en la batalla de Tucumán. Sin embargo, la
historia de los amantes dio un drástico giro. En octubre concibieron un hijo en
San Miguel de Tucumán, donde residieron hasta finales de enero de 1813. Ella
tuvo que cambiar su rumbo y abandonar a Belgrano, pues con su avanzado embarazo
le resultaba imposible continuar viajando con el agobiante clima norteño.
El niño nació en una estancia de Santa
Fe el 29 de julio de 1813 y fue bautizado en la Iglesia Matriz de
Santa Fe de la Veracruz. Para evitar la deshonra de María Josefa, que aún se
hallaba casada con su primo que residía en Cádiz, su hermana Encarnación
Ezcurra y su cuñado, Juan Manuel de Rosas, inscribieron al
bebé en el Libro de Bautismos como huérfano bajo el nombre de Pedro
Pablo Rosas. Recién al cumplir los 20 años de edad, Pedro fue informado
por Rosas sobre su verdadero origen. Desde entonces incorporó su apellido
biológico, pasando a llamarse Pedro Pablo Rosas y Belgrano.
Durante el año 1837 Pedro Pablo Rosas y
Belgrano se trasladó a Azul y ejerció como Juez
de Paz y Comandante del Fuerte San Serapio Mártir, con el grado de Mayor.
A fines de ese año pidió ser relevado y se dedicó a administrar sus estancias.
Durante la década del ’40 nuevamente
fue nombrado Comandante de Azul y oficialmente encargado de las relaciones con
los indígenas en todo el Sur de la provincia.
En 1841 comenzó una relación sentimental
con una joven de Azul llamada Juana Rodríguez, con quien se casó
en 1851 en la Iglesia Nuestra Señora del Rosario. Aquí en Azul nacería buena
parte de los dieciséis hijos que tuvo la pareja, de los cuales la mitad fallecieron siendo niños.
Después de la caída de su padre
adoptivo, siguió siendo el Juez de Paz de Azul, por orden directa del general
Justo José de Urquiza. A fines de noviembre de 1852 estaba en Buenos
Aires cuando estalló la rebelión del general Hilario Lagos, que pronto
dominó gran parte del interior de la provincia y puso sitio a la ciudad de
Buenos Aires. La batalla del Rincón de San Gregorio fue una verdadera
catástrofe para las tropas que defendían la causa porteña, pues murieron unos
mil hombres y casi todos los oficiales fueron tomados prisioneros.
Rosas y Belgrano fue trasladado como
prisionero al Cabildo de Luján, y quiso el destino que fuera alojado en la
misma celda donde permaneció su padre a fines de 1813, cuando fue procesado por
las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. Un Consejo de
guerra presidido por el coronel Isidro Quesada condenó a Rosas y
Belgrano a muerte. Pero Lagos no quiso cumplir la orden y lo
puso en libertad, considerando la carta que Manuela Mónica Belgrano le
entregara pidiéndole por la vida de su hermano “teniendo en cuenta su sangre”.
En 1859, poco después de la batalla de
Cepeda, el general Urquiza volvió a avanzar sobre Buenos Aires. Allí organizó
la defensa el general Bartolomé Mitre, mientras los jefes
de frontera trataban de defenderse de un posible avance desde el sur. Urquiza
nombró a Rosas y Belgrano Comandante de armas del sur de la provincia y lo
envió hacia esa zona. Éste convenció al Cacique General Calfucurá, para que
enfrente al comandante Ignacio Rivas en Cruz de Guerra,
pero el ataque fracasó. Enviado por Rosas y Belgrano, el coronel Federico
Olivencia tomó la ciudad de Azul. Pero por desentendimientos, todo
fracasó. Rosas y Belgrano debió huir, pero fue tomado prisionero en cercanías
de Rosario y, a pesar de que algunos oficiales pidieron que fuera ejecutado, su
vida fue respetada por órdenes del General Bartolomé Mitre. Además, viendo
que estaba ya muy enfermo, lo dejó regresar a Buenos Aires empero con la orden
expresa de que no se acerque a Azul.
Pedro Pablo Rosas y Belgrano falleció en
Buenos Aires el 27 de septiembre de 1863.
La protegida
En 1812, Manuel Belgrano y María
de los Dolores Helguero Liendo tuvieron un casual primer encuentro, en
el que él quedó perdidamente enamorado de la joven que desbordaba de belleza.
Debido a los trajines de la guerra, tuvieron
que distanciarse pero cuando se reencontraron, vivieron un intenso romance,
fruto del cual Dolores quedó embarazada. Belgrano marchó a cumplir con sus
obligaciones militares y los padres de Dolores la obligaron a casarse con un
tal Rivas. Pero entonces nació la hija de Belgrano y el esposo de Dolores se
marchó abandonándolas.
El 4 de mayo de 1819 nació Manuela
Mónica del Corazón de Jesús. Debido a la gravedad de su enfermedad y a
su delicado estado, Manuel Belgrano solicitó una licencia para atender sus
afecciones. Entonces decidió viajar a Tucumán para conocer a su hija.
En su libro “Manuela Belgrano, la hija del
General”, Isaías José García Enciso describe: “El vivir en la casa de los Belgrano y desde luego, a pesar de ser hija
natural disfrutar del tratamiento de hija plena y sin distingos, hizo también
que Manuela se vinculara con lo más granado y conspicuo de la sociedad porteña.
Esto la llevó a participar de reuniones sociales, tertulias y saraos en las
casas de mayor renombre y prestigio, como las de los Altolaguirre,
Pueyrredón, Balvastro, Escalada y los Alvear, entre otras.
En
una de esas fiestas Manuela y Juan Bautista se conocieron.
La
niña poseía una inteligencia poco común. Era fina y delicada, formal y de gran
carácter y físicamente tenía el tipo de los Belgrano. Un cuadro de ella,
pintado por el célebre Prilidiano Pueyrredón, actualmente en poder de la Sra.
Casiana Belgrano, descendiente directa de Manuela Mónica y por ende, del
mismísimo Gral. Manuel Belgrano, nos muestra el parecido con este, su padre.
Alberdi
era un joven brillante, notable abogado, culto y prometedor, animador de
las fiestas y saraos ejecutando el clavicordio. Lo que se dice un gran
partido, al que aspiraron muchas niñas quedando solo en el suspiro, o en el
romance furtivo. Era mayor que Manuela en nueve años.
Todo
indica que entre los jóvenes hubo una primera atracción, que llevó a
posteriores visitas en la casa donde vivía la niña.
Lo
cierto, es que después de un corto tiempo se dieron cuenta que no congeniaban y
que una pareja entre ellos no era viable ni conveniente. Y entonces lucidamente
cortaron. Por cierto que en muy buenos términos, porque esa primera relación se
transformó en una amistad cortés y considerada.”.
El 30 de mayo de 1853, Manuela Mónica
contrajo matrimonio con Manuel Vega Belgrano, sobrino nieto
del creador de la Bandera y un importantísimo comerciante radicado en Azul,
con quien tuvo seis hijos de los cuales sobrevivieron: Gregoria Flora, Manuel
Félix y Carlos Miguel.
Manuela Mónica del Corazón de Jesús
Belgrano
falleció a temprana edad, en Buenos Aires, el 5 de febrero de 1866.
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