domingo, 29 de noviembre de 2020

Epidemia y cuarentena...

 

Epidemia y cuarentena…

 

 

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

               

Como ya había ocurrido en años anteriores, la fiebre amarilla volvió a azotar Buenos Aires en 1871. Anteriormente, la enfermedad había llegado a la ciudad en los barcos que arribaban desde Brasil, donde era endémica. Sin embargo, en el año en cuestión, se estima que habría arribado de Asunción del Paraguay, transportada por los soldados que retornaban de la Guerra de la Triple Alianza.

Los tres primeros casos en Buenos Aires aparecieron en el barrio de San Telmo el 27 de enero de 1871. Tras confirmarse que se trataba de fiebre amarilla, a partir del 4 de febrero el barrio fue aislado.

El 7 de febrero, Buenos Aires fue declarado puerto infectado y comenzó el caos. El mes de marzo se constituyó en un verdadero infierno. Murieron diariamente entre 150 y 200 personas, alcanzando picos de 500, mayoritariamente gente humilde, inmigrantes, hacinados en sucios conventillos donde el mosquito transmisor de la enfermedad se reproducía a pasos agigantados.

La propagación de la enfermedad por toda la ciudad y en otras localidades del interior, pronto alertó a las autoridades del Azul, donde también se registraron algunos casos.

 

Cuarentena en Azul

 

El presidente de la Corporación Municipal de Azul y juez de Paz, José Botana, frente a la epidemia desatada en la ciudad de Buenos Aires, refrendó la disposición Nº 116 que determinaba:

 

“La municipalidad en sesión de la fecha, acuerda y ordena:

Art. 1º Los pasajeros de las galeras y toda persona procedente de puntos infestados, harán en San Benito cuarentena de seis días a contar desde el de la salida de la Capital.

Las galeras pasarán a dicho punto por entre las chacras de Pastor López y Baseros.

Art. 2º Las personas que pretendan bajo cualquier forma o pretexto eludir la cuarentena, se les impondrá una multa discrecional y seis días de cuarentena en el Lazareto.

Art. 3º La empresa de mensajerías pasará una planilla de todos los pasajeros que traiga y lleve con sus nombres, edad, procedencia y destino. Azul, 19 de Marzo de 1871.”.

 

Unas “pinceladas” sobre el lugar de cuarentena

 

Magistralmente, el historiador Alberto Sarramone recoge a modo de pinceladas en su libro “Historia del antiguo pago del Azul” (1997) distintos aspectos del “San Benito” que resultan interesantes para lograr una idea acabada del sector hacia 1871.

En el Paraje San Benito, por donde había uno de los mejores vados del Arroyo Azul, sobre el lecho de dura tosca, encerrado entre lo que es actualmente el piletón del Balneario y el Puente San Benito, desde tiempo inmemorial estaba el Paso de San Benito por donde cruzaba el camino o “rastrillada de los chilenos” a través del que se arreaban los animales robados en sucesivos malones.

La zona era el lugar preferido de reunión de los muchos negros que habitaban la zona del Azul incluso antes de su fundación. Allí, por un fenómeno de sincretismo, se adoraba a San Benito Negro, santo que acabaría dándole nombre al sector.

El grupo de negros estaba integrado por tres componentes medianamente definidos. Algunos habrían integrado la primera expedición fundadora de Bahía Blanca, que había sido encabezada por el general Martín Rodríguez y que había terminado en una gran frustración. Retornando rumbo a Buenos Aires en junio de 1825, muchos murieron en el camino, como consecuencia del hambre y del frío. Los sobrevivientes del batallón de Cazadores, a pesar de las vicisitudes sufridas quedaron “conchabados” en los campos enfitéuticos de los primeros pobladores del Azul antes de 1830. Según algunas versiones muchos esclavos, primordialmente de los Anchorena y de los Rosas, “encontraban en medio de males del desierto algo que valía más que los beneficios de la Gran Aldea de Buenos Aires: la Libertad, pues la tierra pampa era refugio de quienes amaban este tesoro humano…”. Estos integraban el “segundo grupo” con un origen diferente al primero pero con la misma suerte.

Finalmente, numerosos negros acompañaron al coronel Pedro Burgos en la expedición fundadora contándoselos entre los ochenta zanjadores de la caravana.

Distante del centro del pueblo, igualmente el Paraje San Benito poseía una importante actividad civil y militar. Por la zona se construyeron corrales para las caballadas del Fuerte del Azul.

Asimismo, en 1856 acampó el ejército al mando del general Manuel Escalada (cuñado y apoderado del general San Martín). Al fuerte de San Benito también había arribado el general Bartolomé Mitre, luego de pasar una noche aciaga en Sierra Chica y salvar oportunamente sus tropas cercadas por las indiadas de Calfucurá y Catriel.

En otro sentido, pasando el Puente, por este Paraje, en una esquina, funcionó la primera tahona o molino harinero importante del Azul, en un lugar que estaba a pocas cuadras del actual Balneario. Fue fundado en 1850 por el inmigrante italiano Ángel Cosso. Molía trigo y maíz, producido por inmigrantes de La Colorada para hacer harinas con destino a la población y la guarnición militar.

 

La familia del General

 

Sin conocer lo que sucedía en el pueblo, Manuel Vega Belgrano y su hijo mayor, “Manuelito”, yerno y nieto respectivamente del creador de la Bandera, viajaron en tren hasta los pagos azuleños.

El ferrocarril recién arribó a Azul el 9 de julio de 1876; sin embargo, previamente, la punta de riel estaba a unos 35 kilómetros del pueblo, aproximadamente en lo que hoy es la zona de Parish. Allí se habían instalado varias galeras a través de las cuales los viajeros completaban el recorrido al punto que requirieran.

A pesar de la cuarentena establecida por el gobierno azuleño, muchos vecinos decidieron por cuenta propia cerrar las puertas de sus comercios o cancelar los servicios que brindaban, tal como sucedió con el sistema de galeras. Aquellos que conocían los padecimientos que se vivían en Buenos Aires, como diríamos en la actualidad, con “el diario del lunes” tomaron estrictas medidas pensando puntualmente en no sucumbir ante el horror que atravesaban principalmente los porteños.

Manuel y su hijo llegaron a la punta de riel el 25 de marzo de 1871 y allí descubrieron que no tenían ningún medio de transporte para completar el viaje hasta el pueblo. Conocedor de la zona, Manuel decidió que debían caminar hasta la posta que se hallaba a unos cinco kilómetros. Pero las sorpresas para los desafortunados viajeros  no concluirían allí… Al rato de iniciada la caminata, la amenazante tormenta que cubría el cielo se desató en una copiosa lluvia… Los Vega Belgrano llegaron a la posta empapados y, para completar el panorama, nadie los atendió; los dueños habían cerrado sus puertas por temor al contagio. Padre e hijo pernoctaron en el corredor de la casa, con la única fortuna de haber encontrado unos cueros de carnero para abrigarse. Temprano, por la mañana, bajo mejores condiciones, continuaron caminando rumbo al Azul.

Nadie los obligó a cumplir la cuarentena prevista ya que arribaron a pie. Y, obviamente, tampoco quedó ningún registro oficial.

Tres días después de los episodios, “Manuelito” le escribió con entusiasmo a su hermana “Florita” contándole la experiencia vivida y resaltó que el pueblo continuaba trabajando arduamente en una incesante vorágine productiva y comercial a pesar del temor que reinaba, contando afortunadamente con escasas víctimas fatales.

 

El curandero oportunista

 

No se sabe cuándo ni dónde nació, pero lo cierto es que Jerónimo Solané, tras breves estadías en Santa Fe y Rosario, se radicó en Azul, en unos campos limítrofes con Tapalqué. Con una figura desgarbada, el cabello canoso y desarreglado, y una larga barba blanca, pese a no alcanzar los 50 años de edad, en su rol de sanador y profeta era conocido como “Tata Dios”.

Su popularidad no dejaba de crecer, principalmente entre aquellos “crédulos” que buscaban una cura a los males que azotaban a los vecinos entre las pócimas que indiscriminadamente proporcionaba como curandero. ¿A cuántos ingenuos habrá salvado de la fiebre amarilla o del cólera?...

Repentinamente, sin tapujos, anunció que el 15 de noviembre de 1871 el mismísimo San Francisco de Asís aparecería en el pueblo del Azul. Semejante noticia causó un gran revuelo y logró la movilización de al menos cuatro centenares de vecinos de la región, poniendo en alerta a las autoridades municipales.

El médico de Policía, Alejandro Brid, completamente alarmado, hizo una denuncia ante el comisario Reginaldo Ferreyra, exigiéndole que lo hiciera comparecer por “ejercicio ilegal de la medicina”.

En su comparecencia ante el Comisario y el Doctor, Solané reconoció que les brindaba remedios y algunos brebajes a las personas que se los solicitaban. Inmediatamente, quedó detenido. Aunque no por mucho tiempo… El juez de Paz, José Botana, aunque el interrogado confesó su delito, lo dejó en libertad. Sin saberlo, Botana marcó el destino de un pueblo vecino…

A los pocos días, Solané se dirigió a la ciudad de Tandil para continuar con sus actividades. Y allí, en la madrugada del 1 de enero de 1872, encabezó las hordas que atacaron la ciudad serrana al grito de “¡Viva la Patria!”, ¡Viva la religión!” y “¡Mueran los gringos y masones!”. El saldo trágico fue de casi medio centenar de personas asesinadas a sangre fría.

 

Saliendo adelante…

           

            Los Belgrano fueron parte de la lucha dada en Azul posteriormente a la epidemia. Pero no fueron los únicos. El pueblo en su plenitud entendió que sólo a través del esfuerzo se puede salir de cualquier situación y aunque no se puede establecer irrefutablemente un vínculo entre la epidemia y el posterior crecimiento del pueblo-ciudad, si es posible afirmar que la superación de aquellos complejos sucesos se dio mancomunadamente.

Transmitida por el mosquito Aedes aegypti, la fiebre amarilla provocó en 1871 unos 14.000 muertos sólo en la ciudad de Buenos Aires, siendo la mayoría de las víctimas inmigrantes italianos, españoles, franceses y de otras partes de Europa. Faltaban todavía diez años para que el doctor cubano Carlos Finlay expusiera su tesis en un congreso médico en La Habana, que demostraría que el causante de la fiebre amarilla era el mosquito y que no se propagaba por contagio directo…





Manuel Vega Belgrano


El pintor uruguayo Juan Manuel Blanes creó la dramática obra “Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires”. Dominan la escena José Roque Pérez y Manuel Gregorio Argerich. Ambos contemplan a una mujer muerta, tirada en el piso y un bebé buscando su pecho para alimentarse. Un niño en un costado mira a Roque Pérez, mientras que en el fondo se ven dos personas de las que una se tapa la boca con un pañuelo. Sobre una cama, muy entre las sombras, se advierte el cuerpo inerte de un hombre, posiblemente el marido de la mujer.




El presente artículo está basado en el capítulo “Manuel Vega Belgrano”, del libro “Los Belgrano y el Azul”, a presentarse el próximo 16 de diciembre.


domingo, 22 de noviembre de 2020

Tiros y muerte en el Concejo Deliberante

 Tiros y muerte en el Concejo Deliberante

 

El 26 de noviembre de 1906, durante una sesión legislativa, se produjo un tiroteo en el recinto que concluyó con la trágica muerte del Presidente del cuerpo, el reconocido y estimado vecino Eufemio Zavala y García. Por entonces era comisionado de nuestra ciudad Carlos Vega Belgrano, nieto del creador de nuestra Bandera.


 

 

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

 

El senador por Santa Fe, Lisandro de la Torre, denunció en el Congreso una monumental estafa contra el Estado como una de las consecuencias del pacto Roca-Runciman, firmado dos años antes. Los ministros de Agricultura, Luis Duhau, y de Hacienda, Federico Pinedo, se hicieron presentes en la sesión del 23 de julio de 1935 para contestar los cargos ante los legisladores reunidos.

En un momento, De la Torre abandonó su banca y se dirigió hacia la mesa donde estaban sentados los dos ministros. Atacado por las contundentes palabras del Senador, Duhau le dio un empujón que lo hizo caer de espaldas. Enzo Bordabehere se dirigió hacia el sitio donde se hallaba su compañero de banca. En ese instante de confusión, detrás de Bordabehere apareció el ex comisario Ramón Valdés Cora -hombre de confianza de Duhau; “matón a sueldo” según otros-, revólver en mano, disparando varias veces. Varios fueron heridos, inclusive el propio Duhau, sin embargo, Bordabehere recibió tres impactos fatales.

El legislador falleció pasadas las 17 horas en el Hospital “Ramos Mejía”. Su homicida fue condenado a 20 años de cárcel, pero fue indultado en 1953. La investigación se convirtió en uno de tantos expedientes “durmientes”. Los ministros fueron reemplazados unos meses después y… todo siguió su curso.

Aquella tragedia de politiquería, matones, tiros y muerte había tenido un antecedente ni más ni menos que en el Azul de principios de siglo…

 

 

Casi calcado en el Azul…

 

 

En enero de 1905, el Dr. Ángel Pintos fue electo intendente de Azul por el “Comité Popular” -de extracción mitrista-. Aquellos conflictos que siempre habían estado latentes durante la administración de Federico Urioste -quien con su carácter conciliador había logrado en algunos momentos apaciguar los ánimos-, se desencadenaron cuando los férreos opositores decidieron solicitar la impugnación de las elecciones ante la Justicia del Crimen.

El Juez de Paz dictó una rápida sentencia que no fue acatada por el flamante Intendente, quien en agosto fue injustamente detenido y “conducido preso por las calles”, pretendiendo menospreciar y vapulear su imagen pública.

Finalmente, el 14 de octubre de aquél año, Pintos renunció a su cargo asumiendo interinamente como intendente Eufemio Zavala y García (que había sido elegido presidente del Concejo Deliberante). Pero la situación continuó deteriorándose hasta que el 24 de junio de 1906 se llamó nuevamente a elecciones, ganadas una vez más por el afamado médico.

Tras numerosas idas y vueltas judiciales, se designó a Manuel Aztiria como intendente y a Eufemio Zavala y García como presidente del Concejo Deliberante. Sin embargo, la Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires anuló las elecciones y el Ejecutivo culminó designando como comisionado de Azul a Carlos Vega Belgrano.


 Repercusión en la prensa

  

            En su edición del jueves 22 de noviembre de 1906, el periódico “El Imparcial” informaba:

DR. CARLOS VEGA BELGRANO. COMISIONADO MUNICIPAL.- El P.E. ha designado comisionado especial para constituir la municipalidad azuleña, al doctor Carlos Vega Belgrano.

La designación ha causado excelente impresión en el vecindario, pues el Dr. Belgrano es y ha sido siempre persona grata para el Azul, que lo cuenta entre uno de sus mejores amigos.

El doctor Vega Belgrano llegará hoy en el tren de las 2:10 de la tarde, y será recibido en la estación por un nutrido grupo de vecinos.

Trae como secretario al Sr. De Cucco, de la redacción de “El Día” de la Plata.

Anticipámosle nuestra cordial bienvenida.”

Al día siguiente, el mismo periódico comunicaba:

“LLEGADA DEL COMISIONADO.- Llegó ayer en el tren de la tarde el comisionado del poder ejecutivo para presidir la constitución de la municipalidad, Dr. Carlos Vega Belgrano.

El Dr. Vega Belgrano fue recibido en la estación por gran número de personas de espectabilidad.

De la estación el distinguido viajero se trasladó a la municipalidad, donde fue muy visitado durante toda la tarde.

Ayer produjo el comisionado su primer acto oficial, y declaró que su propósito es terminar cuanto antes la misión que lo ha traído al Azul.

Escritas las procedentes líneas, se nos remite para su publicación, por orden del señor comisionado especial D. Carlos Vega Belgrano, la siguiente convocatoria para la constitución de la municipalidad, que insertamos en lugar preferente:

El que suscribe, comisionado del P.E. en el partido del Azul, nombrado por decreto de fecha 21 del corriente, a los efectos de constituir la municipalidad conforme lo dispone el fallo de la Suprema Corte de Justicia, convoca a una reunión que se celebrará con ese objeto en el local de la municipalidad, el día 26 del corriente a las 3 de la tarde, a los siguientes municipales electos: Titulares: señores Eufemio Zavala y García, Bernardo Guiraut, Manuel Aztiria, Luis Saint Germes, Gumersindo L. Cristobó, Ángel G. Toscano, José Magdaleno (hijo), Pacomio F. Ávila e Hipólito V. Dhers, y al municipal don José Vidal, que continúa en ejercicio. Suplentes: señores Martín Alves, Bernardo Domecq, Pedro C. de Altamira y Luis J. Cornille –Azul, 22 de noviembre de 1906- Carlos Vega Belgrano. (…).”.

 

El día funesto

 

El 26 de noviembre se realizó una nueva sesión en el recinto del Concejo Deliberante, en el primer piso del Palacio Municipal, la cual tomó un rumbo insospechado y dramático.

Tal como lo había establecido el comisionado Vega Belgrano, a las 15 horas, comenzaron a reunirse los municipales convocados para constituir la municipalidad de acuerdo a lo establecido por la Suprema Corte de Justicia bonaerense. Uno a uno arribaron los concejales y numerosos vecinos. 

Cuando el recinto estaba colmado y apenas se habían iniciado las formalidades, sin ningún fundamento salvo un absurdo entredicho, uno de los presentes -identificado con “la barra” opositora ligada a los hermanos Manuel y Evaristo Toscano- comenzó a disparar con un arma de fuego a mansalva.

Un confuso griterío, corridas y balazos por doquier configuraron una escena que dejó perplejo al comisionado Carlos Vega Belgrano. Enmudecido, apenas atinó a socorrer a Paulino Rodríguez Ocón, quien cayó a su lado herido en una pierna.

Más allá también fueron heridos Gumersindo L. Cristobó, Juan Bosch y Luis Cornille.

Cuando los ánimos se calmaron, abatidos sobre amplios charcos de sangre se hallaban los cuerpos sin vida de Miguel “Marota” Biggi (quien inició los disturbios) y el presidente del Concejo, Zavala y García.

La policía, que arribó “tarde”, se llevó a varios detenidos…

Los restos del Presidente del Concejo Deliberante fueron inhumados en el Cementerio local, donde descansan en un nicho cuyo epitafio reza:

 

“Eufemio Zavala y García. Q.E.P.D.

Fue víctima en el cumplimiento de su deber el 26 de noviembre de 1906 a la edad de 76 años.

Su esposa e hijos le dedican este recuerdo.”

 

La muerte del concejal sirvió para tapar que en las arcas municipales apenas se registraban $200 m/n. Faltaba dinero, faltaba honor. Sobraban muertes…

Desde entonces, el gobernador bonaerense, Marcelino Ugarte, quien de por sí era adicto a controlar férreamente el poder a través de cualquier estrategia “caudillista”, iniciaría un período signado por el sucesivo nombramiento de comisionados para Azul.

Días después de los hechos, el comisario Luis Aldaz fue convocado otra vez para reemplazar al comisario Páez y reimplantar el orden en la ciudad. El tema no era materia de un solo hombre, sin embargo, realmente él tenía muy claro el camino a seguir. Y así lo entendía la gente, por eso, literalmente, “…el pueblo lo recibió en las calles con flores, simpatías y aplausos…”.

Aquellos que habían sido detenidos por la policía fueron liberados lenta y sucesivamente.

  

¿Los culpables de siempre?

  

El domingo 16 de diciembre de 1906, el periódico “El Imparcial” brindaba los detalles de lo que había acontecido en el Senado de la Provincia de Buenos Aires. La crónica era prácticamente el punto final de los trágicos sucesos acaecidos en el recinto del Concejo Deliberante de Azul:

 

LA INTERPELACIÓN EN EL SENADO- CARGOS COMPROBADOS.- Como lo anticipamos ayer, en nuestra sección telegráfica, el ministro de gobierno Dr. Carranza contestó anteayer en el senado platense la interpelación del senador Sojo sobre los sucesos sangrientos del Azul.

Publicamos a continuación las palabras pronunciadas por el ministro, no sin observar que han quedado plenamente comprobadas las denuncias hechas por éste diario contra la policía.

El ministro, a propósito de los sucesos que motivaron la interpelación, ha hecho además algunas declaraciones interesantes, que merecen consignarse.

He aquí la crónica de la interpelación.

Antecedentes de los sucesos:

El ministro dice que, después de la satisfacción general causada por haberse llevado a cabo en perfecto orden y calma las elecciones de municipalidades en noventa y tres partidos de la provincia, su pueblo y su gobierno habían sido ingratamente impresionados por la regresión a épocas luctuosas que importan los hechos sangrientos del Azul, que son del dominio público. Historió luego los antecedentes relativos a la elección del Azul, a la constitución de las dos municipalidades y a su declaración de nulidad efectuada por la suprema corte de justicia.

Entonces el P. E., agregó, deseoso de restituir a aquella comuna su régimen municipal y de demostrar la alta imparcialidad que inspiran sus actos en lo tocante a la organización de las autoridades comunales designó al señor Vega Belgrano para que promoviese la reorganización de la municipalidad de aquella comuna.

Dio cuenta el ministro, a continuación, de las instrucciones dadas al comisionado señor Vega Belgrano y de los actos realizados por éste para cumplir su misión, leyendo con tal propósito los respectivos documentos oficiales y el informe de dicho comisionado.

La policía:

En este informe consta que el comisionado le indicó con anticipación al comisario señor Páez, que era conveniente establecer vigilancia policial en las proximidades de la casa municipal y en la barra del salón de sesiones y que el comisario Páez manifestó que no había a su juicio, ninguna necesidad de tomar tal medida, con lo que el comisionado, entendiendo que carecía de autoridad para disponer de la policía, no insistió en ordenar la referida vigilancia.

Narró el ministro los hechos acaecidos, apoyándose en los informes recogidos y en las constancias de una conferencia telegráfica que esa misma tarde tuvo el gobernador de la provincia con el comisario Páez, de la que dio lectura íntegra, e informó de las diversas medidas tomadas en seguida por el ministerio y la repartición policial de las cuales fue la suspensión del comisario Páez y de todo el personal de aquella comisaría.

Se comprueba la culpabilidad de la policía:

Dijo luego el ministro que el sumario administrativo había puesto de relieve que en realidad había negligencia e imprevisión en el comisario Páez, por lo que el poder ejecutivo lo había suspendido y tomaría las medidas del caso tan pronto como quedase terminado el respectivo sumario judicial y que no había tomado otra actitud con este funcionario, en atención a sus largos y meritorios servicios.

La conducta del comisionado:

En cuanto al comisionado señor Vega Belgrano, éste ha cumplido satisfactoriamente con su deber.

Habla el senador interpelante:

El senador señor Sojo, autor de la interpelación, se dio por satisfecho con las explicaciones del ministro. Dice que resultaba comprobada una de las informaciones que motivaron la interpelación referida, es decir, la referente a la negligencia de la policía, puesto  que, no obstante ser público y notorio el largo pleito de rencores existentes entre los miembros de la municipalidad y no obstante haberse recabado tales medidas por el comisionado, la policía local no adoptó las que hubieran podido evitar aquellos luctuosos sucesos. Habló luego de los reaccionarios poderes de las policías locales, de la frecuente tergiversación de sumarios, de los servicios que con frecuencia ha prestado a las situaciones ilegales de las localidades, convirtiéndolas en situaciones de fuerza; de las persecuciones que han llevado a cabo contra los corresponsales de los grandes diarios que prestan relevantes servicios a las localidades y a la cultura y progreso del país. Dijo el Dr. Sojo que esta interpelación tenía doble alcance, puesto que ella marcaría definitivamente que el senado, que los poderes públicos, quieren que la policía regresiva desaparezca definitivamente del territorio de la provincia, para dar lugar a la institución guardadora del orden, respetuosa de las garantías individuales, y previsora.

Homenaje a la justicia:

Terminó el Dr. Sojo, manifestando su satisfacción por la forma enérgica, serena e imparcial en que en este desgraciado asunto ha intervenido la justicia encarnada en uno de los más dignos representantes, el juez doctor González Roura.

Dignos propósitos:

Contestó el ministro doctor Carranza que los más ardientes propósitos del P.E. eran precisamente que la policía cumpliese con tan altos deberes, que no estuviera al servicio de los caudillos locales, que se constituyesen legalmente las autoridades comunales en todos los distritos con independencia y legalidad y que el régimen municipal fuera una verdad en todo el territorio de la provincia.

Estas declaraciones fueron recibidas con grandes aplausos en el recinto y en la numerosa barra.”.

Dejando atrás la ciudad…

 

El periódico “El Imparcial”, el viernes 28 de diciembre de 1906, daba la noticia de la renuncia del comisionado Carlos Vega Belgrano y su alejamiento de la ciudad. Jugando a ser ingenuo, el periódico se manifestaba desconocedor de las razones que lo motivaron a renunciar. Sin embargo, después de lo acontecido en noviembre, a pocos días de su arribo a la ciudad, el alejamiento era más que entendible. “Sin arte ni parte”, el nieto del general Manuel Belgrano había vivido en carne propia uno de los episodios más violentos de la historia del Azul.


Eufemio Zavala y García 
(foto Hemeroteca Oyhanarte)

lunes, 16 de noviembre de 2020

Pilchas gauchas...

                                                         Pilchas gauchas…

  

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

Cuando el santafesino Orlando Vera Cruz (Orlando Luis Cayetano Pais Reggiardo), escribió “Pilchas gauchas”, sin dudas no conocía al azuleño Beato Pereyra. Pero algún alma idéntica, indudablemente, lo inspiró a redactar cada verso como si la canción fuera pensada y dedicada para nuestro vecino. El cantautor trazó: “Pilchas gauchas con orgullo me gusta lucir a mí, / porque ando cantando coplas que en esta tierra aprendí. / No puede querer la madre aquel que fue abandona’o, / así es parte de mi pueblo, extranjero en mi lugar. / Saber de la antigua Grecia y la historia universal / seguro que nos ayuda en la vida cultural. / Que cultivemos la música de algún lejano país / seguro que no es peca'o si conozco la de aquí. / Pero si ando ‘musiqueando’ el canto de otro lugar / sin conocer un estilo, una baguala, un valsea’o, / guacho de nuestra cultura, extranjero en mi lugar. / Que Fierro me suene extraño o Lugones sea ignora’o, / eso sí que causa daño, extranjero en su lugar. / Gente culta en capitales, viven de espalda al país, / copiándoles hasta el tranco y en el modo de vestir / a los países lejanos que nos vienen a vivir. / Le hacemos el caldo gordo al mismo que criticamos, / y se pierde en la memoria del dolor de los hermanos / que con sus huesos sembraron este suelo americano. / Y así que pasó y nos pasa, todito lo que pasó. / Nos manosearon enteros, la pucha que lo tiró! / El pueblo quedó con poco después de poner su empeño / y no imaginen ni en sueños que algún día cambiará / si no se nos llena el alma de profunda ‘indialidad’. / Pongamos la pata en tierra y desnudemos la verdad / y enterémonos que hay muchos que aunque hayan nacido acá / son extraños en el pago, extranjero en mi lugar. / Viven mirando la Europa o al piratón imperial, / y si te ven pilchas gauchas dicen que andás disfraza'o. / Ay, ay ay ay vi'a di'r parando, soy un criollo nada más, / no vengo a buscar tu aplauso, sólo quiero tu hermandad.”.

 

En esta tierra aprendí…

 

Beato Pereyra nació en la zona rural de Azul el 23 de diciembre de 1925. Sus padres fueron Primero Pereyra y Carmen Belecco. Tuvo cinco hermanos: Francisco Primero, Carmelo, María, Cecilia y Mita.

Por esas casualidades del destino, unos días antes de su natalicio -el 15 de diciembre- se había colocado el último tramo de rieles del Ferrocarril Provincial que vinculaba las estaciones Carlos Beguerie-Azul. Con profunda satisfacción, concretándose un avance interesante para nuestra ciudad y en especial para el desarrollo de una amplia barriada de rancheríos como era por entonces “Villa Fidelidad”, el intendente Juan José Mujica asistió acompañado de concejales y funcionarios a la inauguración de la Estación del Ferrocarril Provincial, acaecida con el arribo del primer tren el 19 de abril de 1926. Este hecho marcaría un hito para el barrio en el que crecería la familia de Beato Pereyra.

Su infancia humilde transcurrió en el campo, en una chacra cercana a la Ruta N° 51, asistiendo a la vieja Escuela N° 21, emplazada Villa Fidelidad, donde recibió instrucción primaria.

Entre juegos, aprendió a tocar el acordeón a piano de la mano de un tío materno, “Manolo” Belecco. Y pronto supo demostrar su virtuosismo, aunque nunca logró leer partituras plenamente....

A temprana edad perdió a su padre, don Primero, y cuando su madre rehízo su vida con otro hombre -de apellido Alzamendi-, los hermanos sintieron poco a poco que era el momento de dejar el hogar y formar su propia familia.

 

Sembraron este suelo…

 

            Cuando no tenía siquiera 20 años de edad, a pesar de su amor por el campo, decidió ingresar a la Policía. De todas maneras, el ingreso a la Fuerza no le impidió seguir frecuentando bailes o peñas en los que solía hacer gala de su talento con el acordeón.

En uno de los tantos bailes realizados en el sector del flamante Balneario Municipal, en “lo de Rancaño”, conoció a una jovencita que pronto se convertiría en su mujer.

Beato Pereyra contrajo matrimonio con Julia Chela Pedernera (nacida en Azul el 3 de enero de 1932; hija de Juana Pedernera), con quien tuvo diez hijos: Julio Francisco, Carlos Alberto, Juan Carlos, Norma Edith, Agustín, Aníbal, Héctor Alfredo, Elsa, Susana y Hugo Horacio.

            Con sus propias manos, Beato construyó su hogar ayudado por su hermano Francisco Primero. Un angosto pero largo rancho de “chorizos” con techo de paja a dos aguas y varias habitaciones fue la obra. La humilde vivienda fue construida poco más allá de la prolongación de la calle San Martín, cerca de las vías del ferrocarril, al Norte de Villa Fidelidad.

            Y allí crecieron los diez hermanos Pereyra entre el cuidado amoroso de doña Julia y las enseñanzas de Beato, compitiendo a la carrera con el paso del tren, saludando a los viajeros o esperando que llegue desde Buenos Aires el tío Francisco Primero…

Talentoso y sin más herramientas que su oído agudo y sus ágiles manos, en un espectáculo musical Beato compartió fortuitamente escenario en Azul con Feliciano Brunelli (Marsella, Francia, 7 de febrero de 1903 – Buenos Aires, 27 de agosto de 1981), quien fuera un importante músico nacionalizado argentino, pianista, bandoneonista, acordeonista y director de orquesta. En la ocasión Beato brilló con su acordeón acompañando al reconocido intérprete.

            Poco afecto al fútbol, aunque hincha de Independiente, Beato prefería que sus hijos se interesaran por la música en lugar de correr detrás de una pelota. Sin embargo, cuando los profesores Ridao, Restivo o su hermano Carmelo los iban a buscar al rancho para algún entrenamiento, aunque al principio protestaba un poco, no dudaba en dejarlos ir. Así, más de una vez vio a sus hijos jugar en Atlethic y gritó con ganas algún gol convertido. Y nunca dejó de pisar las canchas para asistir a alguna de las tantas domas que solían organizar los clubes Athletic o Alumni.

            Conocedor de infinidad de carencias -esas mismas que en épocas del Peronismo su familia vio suplidas con juguetes, ropa y hasta una máquina de coser-, la bicicleta era su transporte cotidiano. Uniformado o de bombachas y camisa con pañuelito al cuello, iba de aquí para allá sin más preocupaciones tarareando alguna melodía.          Pero cuando dejaba a las ruedas descansar, alguno de sus caballos se convertía en una extensión misma de su cuerpo. Y aunque supo tener varios, particularmente dos fueron sus preferidos.

El barrio, que supo de montes y cañaverales, de senderos y calles desdibujadas, poco a poco comenzó a crecer, pero Beato no dejó sus costumbres…

 

Dicen que andás disfraza’o…

 

Durante muchos años, Beato Pereyra se desempeñó como agente de la Policía. La Comisaría por entonces estaba sobre la calle Belgrano, hacia la esquina de Colón, en los fondos del Palacio Municipal. Allí Pereyra trabajó en armonía, haciéndose respetar como cualquier oficial prácticamente con su sola presencia. Sin embargo, con el ingreso a la Fuerza de nuevos miembros, algunos que descubrieron la afición de Pereyra por las “pilchas gauchas” y las tradiciones criollas, no dudaron en burlarse repetidamente.

Lo que nunca se imaginaron fue la reacción de Pereyra. Enojado, como aquél que no está dispuesto a tolerar nada más, un día entró a la Comisaría vestido completamente de gaucho, hasta con sombrero y pañuelo al cuello, empuñando su facón. Seguido por su hijo mayor que pretendía frenarlo, vociferaba pidiendo que se apersonaran aquellos que se habían burlado de él. Pero quiso el destino que en la dependencia no hubiera más que un agente en la entrada con el que nada tenía que “arreglar”.

Pasado un rato, repentinamente entró en razones y comprendió el exceso de su enojo, quedándose en adelante con el remordimiento de “el desastre que hubiera podido hacer por defender esas pilchas gauchas”. Pocos años más tarde se jubiló…

 

No vengo a buscar tu aplauso…

 

Apasionado por las tradiciones criollas y la música, Beato supo infundirles a sus hijos el mismo amor por los que habían sido los pilares de su vida.De hecho, todos sus hijos varones tarde o temprano se dedicaron a la música; todos se desarrollaron en ese arte que él les había inculcado.

Un día, en el Club Velocidad y Resistencia, tuvo el orgullo de ver a dos de sus hijos, que formaban el grupo “Los Salvajes”, actuar en una velada que convocó a una enorme cantidad de público. Fueron los teloneros de los reconocidos Tormenta y Rabito.

 La inundación de abril de 1980 marcaría un antes y un después en la historia azuleña. Y marcaría a fuego también a los Pereyra. De hecho la familia perdió su hogar, el cual se desintegró básicamente por el avance del agua que carcomió los precarios cimientos del rancho.

Cuando bajaron las aguas, con un crédito bancario, de aquellos “flexibles” que se otorgaron a los afectados por las inundaciones, una vez más con sus manos, pero esta vez con ladrillos, Beato Pereyra volvió a construir su hogar, así como si se tratase de un hornero -nuestro Pájaro Nacional-, que evolucionó y aprendió una nueva técnica de construcción. Y así el hogar volvió a convocar a hijos y nietos, recobrando su típica alegría “musiquera” de cantos y acordeón…

Agobiado por una cruel enfermedad, Beato Pereyra falleció en Azul a los 58 años de edad el 17 de noviembre de 1984.

 

Perpetuar la memoria y las tradiciones

 

Inaugurado el 14 de diciembre de 2014, y construido por los hermanos Julio y Juan Pereyra (“Charo” y “Morrón” como se los conoce popularmente), el “Museo Criollo” rinde un homenaje permanente y exquisito a las tradiciones criollas argentinas, esas mismas que con pasión les inculcó su padre Beato.

El también llamado “Rancho de los Pereyra”, es una vivienda de “chorizo” y de paja “quinchada”. El “chorizo” es una argamasa de barro y paja picada (adobe) con que se levantaron las paredes. Para el techo se usó manojos de paja atados con un junco a un “quincho” que se dispuso en forma de techo a dos aguas para favorecer su desagote.

El rancho, al frente triangular (el mojinete), lleva una viga principal en la cumbrera,  un gran tronco longitudinal denominado “horcón”. Entre la cubierta o techumbre y las paredes costaneras, se apoyan las “tijeras”, a ambos lados, y sobresale un trecho para formar el alero. Sobre las “tijeras” van, horizontal y paralelamente, las cañas o ramas, que sustentan la paja “quinchada” de la techumbre. Preparada así la estructura, se colocaron puertas y ventanas de madera (que en los ranchos de antaño eran simplemente huecos cubiertos con cuero).

El ambiente interior y el exterior inmediato, logrado a través de los más diversos objetos donados por varios vecinos de la comunidad, transporta al visitante a una época maravillosa de gauchos, indios y milicos.





Beato y su esposa, Julia Pedernera


Museo Criollo