Epidemia y cuarentena…
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Como ya había ocurrido en años anteriores, la fiebre
amarilla volvió a azotar Buenos Aires en 1871. Anteriormente, la
enfermedad había llegado a la ciudad en los barcos que arribaban desde Brasil,
donde era endémica. Sin embargo, en el año en cuestión, se estima que habría
arribado de Asunción del Paraguay, transportada por los soldados que retornaban
de la Guerra de la Triple Alianza.
Los tres primeros casos en Buenos Aires
aparecieron en el barrio de San Telmo el 27 de enero de 1871. Tras confirmarse
que se trataba de fiebre amarilla, a partir del 4 de febrero el barrio fue
aislado.
El 7 de febrero, Buenos Aires fue
declarado puerto infectado y comenzó el caos. El mes de marzo se constituyó en
un verdadero infierno. Murieron diariamente entre 150 y 200 personas,
alcanzando picos de 500, mayoritariamente gente humilde, inmigrantes, hacinados
en sucios conventillos donde el mosquito transmisor de la enfermedad se
reproducía a pasos agigantados.
La propagación de la enfermedad por toda la ciudad y en
otras localidades del interior, pronto alertó a las autoridades del Azul,
donde también se registraron algunos casos.
Cuarentena en Azul
El presidente de la Corporación Municipal de Azul y juez
de Paz, José Botana, frente a la epidemia desatada en la ciudad de
Buenos Aires, refrendó la disposición Nº 116 que determinaba:
“La municipalidad en
sesión de la fecha, acuerda y ordena:
Art. 1º Los pasajeros de
las galeras y toda persona procedente de puntos infestados, harán en San Benito
cuarentena de seis días a contar desde el de la salida de la Capital.
Las galeras pasarán a
dicho punto por entre las chacras de Pastor López y Baseros.
Art. 2º Las personas que
pretendan bajo cualquier forma o pretexto eludir la cuarentena, se les impondrá
una multa discrecional y seis días de cuarentena en el Lazareto.
Art. 3º La empresa de
mensajerías pasará una planilla de todos los pasajeros que traiga y lleve con
sus nombres, edad, procedencia y destino. Azul, 19 de Marzo de 1871.”.
Unas “pinceladas” sobre el lugar de cuarentena
Magistralmente,
el historiador Alberto Sarramone recoge a modo de pinceladas en su libro “Historia
del antiguo pago del Azul” (1997) distintos aspectos del “San Benito”
que resultan interesantes para lograr una idea acabada del sector hacia 1871.
En el
Paraje San Benito, por donde había uno de los mejores vados del Arroyo Azul,
sobre el lecho de dura tosca, encerrado entre lo que es actualmente el piletón
del Balneario y el Puente San Benito, desde tiempo inmemorial estaba el Paso de
San Benito por donde cruzaba el camino o “rastrillada de los chilenos” a
través del que se arreaban los animales robados en sucesivos malones.
La zona
era el lugar preferido de reunión de los muchos negros que habitaban la zona
del Azul incluso antes de su fundación. Allí, por un fenómeno de sincretismo,
se adoraba a San Benito Negro, santo que acabaría dándole nombre al sector.
El grupo
de negros estaba integrado por tres componentes medianamente definidos. Algunos
habrían integrado la primera expedición fundadora de Bahía Blanca, que había
sido encabezada por el general Martín Rodríguez y que había terminado en una
gran frustración. Retornando rumbo a Buenos Aires en junio de 1825, muchos
murieron en el camino, como consecuencia del hambre y del frío. Los
sobrevivientes del batallón de Cazadores, a pesar de las vicisitudes sufridas
quedaron “conchabados” en los campos enfitéuticos de los primeros pobladores
del Azul antes de 1830. Según algunas versiones muchos esclavos,
primordialmente de los Anchorena y de los Rosas, “encontraban en medio de males del desierto algo que valía más que los
beneficios de
Finalmente,
numerosos negros acompañaron al coronel Pedro Burgos en la
expedición fundadora contándoselos entre los ochenta zanjadores de la
caravana.
Distante
del centro del pueblo, igualmente el Paraje San Benito poseía una importante
actividad civil y militar. Por la zona se construyeron corrales para las
caballadas del Fuerte del Azul.
Asimismo,
en 1856 acampó el ejército al mando del general Manuel Escalada (cuñado y
apoderado del general San Martín). Al fuerte de San Benito también había
arribado el general Bartolomé Mitre, luego de pasar una noche aciaga en Sierra
Chica y salvar oportunamente sus tropas cercadas por las indiadas de Calfucurá
y Catriel.
En otro sentido, pasando el Puente, por este
Paraje, en una esquina, funcionó la primera tahona o molino harinero importante
del Azul, en un lugar que estaba a pocas cuadras del actual Balneario. Fue
fundado en 1850 por el inmigrante italiano Ángel Cosso. Molía trigo y maíz,
producido por inmigrantes de “
La familia del General
Sin conocer lo que sucedía en el pueblo, Manuel
Vega Belgrano y su hijo mayor, “Manuelito”, yerno y nieto
respectivamente del creador de la Bandera, viajaron en tren hasta los pagos
azuleños.
El ferrocarril recién arribó a Azul el 9 de julio de
1876; sin embargo, previamente, la punta de riel estaba a unos 35 kilómetros
del pueblo, aproximadamente en lo que hoy es la zona de Parish. Allí se habían
instalado varias galeras a través de las cuales los viajeros completaban el
recorrido al punto que requirieran.
A pesar de la cuarentena establecida por el
gobierno azuleño, muchos vecinos decidieron por cuenta propia cerrar las puertas de sus
comercios o cancelar los servicios que brindaban, tal como sucedió con
el sistema de galeras. Aquellos que conocían los padecimientos que se vivían en
Buenos Aires, como diríamos en la actualidad, con “el diario del lunes” tomaron estrictas medidas pensando
puntualmente en no sucumbir ante el horror que atravesaban principalmente los
porteños.
Manuel y su hijo llegaron a la punta de riel el 25 de
marzo de 1871 y allí descubrieron que no tenían ningún medio de
transporte para completar el viaje hasta el pueblo. Conocedor de la zona,
Manuel decidió que debían caminar hasta la posta que se hallaba a unos cinco
kilómetros. Pero las sorpresas para los desafortunados viajeros no concluirían allí… Al rato de iniciada la
caminata, la amenazante tormenta que cubría el cielo se desató en una copiosa
lluvia… Los Vega Belgrano llegaron a la posta empapados y, para completar el
panorama, nadie los atendió; los dueños habían cerrado sus puertas por temor al
contagio. Padre e hijo pernoctaron en el corredor de la casa, con la única
fortuna de haber encontrado unos cueros de carnero para abrigarse. Temprano,
por la mañana, bajo mejores condiciones, continuaron caminando rumbo al Azul.
Nadie los obligó a
cumplir la cuarentena prevista ya que arribaron a pie. Y, obviamente, tampoco
quedó ningún registro oficial.
Tres días después de los
episodios, “Manuelito” le escribió con entusiasmo a su hermana “Florita”
contándole la experiencia vivida y resaltó que el pueblo continuaba trabajando
arduamente en una incesante vorágine productiva y comercial a pesar del temor
que reinaba, contando afortunadamente con escasas víctimas fatales.
El
curandero oportunista
No se sabe cuándo ni dónde nació, pero lo cierto es
que Jerónimo
Solané, tras breves estadías en Santa Fe y Rosario, se radicó en Azul,
en unos campos limítrofes con Tapalqué. Con una figura desgarbada, el
cabello canoso y desarreglado, y una larga barba blanca, pese a no alcanzar los
50 años de edad, en su rol de sanador y profeta era conocido como “Tata
Dios”.
Su popularidad no dejaba de crecer, principalmente
entre aquellos “crédulos” que buscaban una cura a los males que azotaban a los
vecinos entre las pócimas que indiscriminadamente proporcionaba como curandero.
¿A cuántos ingenuos habrá salvado de la fiebre amarilla o del cólera?...
Repentinamente, sin tapujos, anunció que el 15 de
noviembre de 1871 el mismísimo San Francisco de Asís aparecería en
el pueblo del Azul. Semejante noticia causó un gran revuelo y logró la
movilización de al menos cuatro centenares de vecinos de la región, poniendo en
alerta a las autoridades municipales.
El médico de Policía, Alejandro Brid,
completamente alarmado, hizo una denuncia ante el comisario Reginaldo
Ferreyra, exigiéndole que lo hiciera comparecer por “ejercicio ilegal de la medicina”.
En su comparecencia ante el Comisario y el Doctor,
Solané reconoció que les brindaba remedios y algunos brebajes a las personas
que se los solicitaban. Inmediatamente, quedó detenido. Aunque no por mucho
tiempo… El juez de Paz, José Botana, aunque el interrogado
confesó su delito, lo dejó en libertad. Sin saberlo, Botana marcó el destino de
un pueblo vecino…
A los pocos días, Solané se dirigió a la ciudad de Tandil
para continuar con sus actividades. Y allí, en la madrugada del 1 de
enero de 1872, encabezó las hordas que atacaron la ciudad serrana al grito de “¡Viva
Saliendo adelante…
Los Belgrano fueron parte de
la lucha dada en Azul posteriormente a la epidemia. Pero no fueron los únicos.
El pueblo en su plenitud entendió que sólo a través del esfuerzo se puede salir
de cualquier situación y aunque no se puede establecer irrefutablemente un vínculo
entre la epidemia y el posterior crecimiento del pueblo-ciudad, si es posible
afirmar que la superación de aquellos complejos sucesos se dio
mancomunadamente.
Transmitida por el mosquito Aedes aegypti, la fiebre amarilla provocó en 1871 unos 14.000
muertos sólo en la ciudad de Buenos Aires, siendo la mayoría de las
víctimas inmigrantes italianos, españoles, franceses y de otras partes de
Europa. Faltaban todavía diez años para que el doctor cubano Carlos
Finlay expusiera su tesis en un congreso médico en La Habana, que
demostraría que el causante de la fiebre amarilla era el mosquito y que no se
propagaba por contagio directo…
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