domingo, 29 de noviembre de 2020

Epidemia y cuarentena...

 

Epidemia y cuarentena…

 

 

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

               

Como ya había ocurrido en años anteriores, la fiebre amarilla volvió a azotar Buenos Aires en 1871. Anteriormente, la enfermedad había llegado a la ciudad en los barcos que arribaban desde Brasil, donde era endémica. Sin embargo, en el año en cuestión, se estima que habría arribado de Asunción del Paraguay, transportada por los soldados que retornaban de la Guerra de la Triple Alianza.

Los tres primeros casos en Buenos Aires aparecieron en el barrio de San Telmo el 27 de enero de 1871. Tras confirmarse que se trataba de fiebre amarilla, a partir del 4 de febrero el barrio fue aislado.

El 7 de febrero, Buenos Aires fue declarado puerto infectado y comenzó el caos. El mes de marzo se constituyó en un verdadero infierno. Murieron diariamente entre 150 y 200 personas, alcanzando picos de 500, mayoritariamente gente humilde, inmigrantes, hacinados en sucios conventillos donde el mosquito transmisor de la enfermedad se reproducía a pasos agigantados.

La propagación de la enfermedad por toda la ciudad y en otras localidades del interior, pronto alertó a las autoridades del Azul, donde también se registraron algunos casos.

 

Cuarentena en Azul

 

El presidente de la Corporación Municipal de Azul y juez de Paz, José Botana, frente a la epidemia desatada en la ciudad de Buenos Aires, refrendó la disposición Nº 116 que determinaba:

 

“La municipalidad en sesión de la fecha, acuerda y ordena:

Art. 1º Los pasajeros de las galeras y toda persona procedente de puntos infestados, harán en San Benito cuarentena de seis días a contar desde el de la salida de la Capital.

Las galeras pasarán a dicho punto por entre las chacras de Pastor López y Baseros.

Art. 2º Las personas que pretendan bajo cualquier forma o pretexto eludir la cuarentena, se les impondrá una multa discrecional y seis días de cuarentena en el Lazareto.

Art. 3º La empresa de mensajerías pasará una planilla de todos los pasajeros que traiga y lleve con sus nombres, edad, procedencia y destino. Azul, 19 de Marzo de 1871.”.

 

Unas “pinceladas” sobre el lugar de cuarentena

 

Magistralmente, el historiador Alberto Sarramone recoge a modo de pinceladas en su libro “Historia del antiguo pago del Azul” (1997) distintos aspectos del “San Benito” que resultan interesantes para lograr una idea acabada del sector hacia 1871.

En el Paraje San Benito, por donde había uno de los mejores vados del Arroyo Azul, sobre el lecho de dura tosca, encerrado entre lo que es actualmente el piletón del Balneario y el Puente San Benito, desde tiempo inmemorial estaba el Paso de San Benito por donde cruzaba el camino o “rastrillada de los chilenos” a través del que se arreaban los animales robados en sucesivos malones.

La zona era el lugar preferido de reunión de los muchos negros que habitaban la zona del Azul incluso antes de su fundación. Allí, por un fenómeno de sincretismo, se adoraba a San Benito Negro, santo que acabaría dándole nombre al sector.

El grupo de negros estaba integrado por tres componentes medianamente definidos. Algunos habrían integrado la primera expedición fundadora de Bahía Blanca, que había sido encabezada por el general Martín Rodríguez y que había terminado en una gran frustración. Retornando rumbo a Buenos Aires en junio de 1825, muchos murieron en el camino, como consecuencia del hambre y del frío. Los sobrevivientes del batallón de Cazadores, a pesar de las vicisitudes sufridas quedaron “conchabados” en los campos enfitéuticos de los primeros pobladores del Azul antes de 1830. Según algunas versiones muchos esclavos, primordialmente de los Anchorena y de los Rosas, “encontraban en medio de males del desierto algo que valía más que los beneficios de la Gran Aldea de Buenos Aires: la Libertad, pues la tierra pampa era refugio de quienes amaban este tesoro humano…”. Estos integraban el “segundo grupo” con un origen diferente al primero pero con la misma suerte.

Finalmente, numerosos negros acompañaron al coronel Pedro Burgos en la expedición fundadora contándoselos entre los ochenta zanjadores de la caravana.

Distante del centro del pueblo, igualmente el Paraje San Benito poseía una importante actividad civil y militar. Por la zona se construyeron corrales para las caballadas del Fuerte del Azul.

Asimismo, en 1856 acampó el ejército al mando del general Manuel Escalada (cuñado y apoderado del general San Martín). Al fuerte de San Benito también había arribado el general Bartolomé Mitre, luego de pasar una noche aciaga en Sierra Chica y salvar oportunamente sus tropas cercadas por las indiadas de Calfucurá y Catriel.

En otro sentido, pasando el Puente, por este Paraje, en una esquina, funcionó la primera tahona o molino harinero importante del Azul, en un lugar que estaba a pocas cuadras del actual Balneario. Fue fundado en 1850 por el inmigrante italiano Ángel Cosso. Molía trigo y maíz, producido por inmigrantes de La Colorada para hacer harinas con destino a la población y la guarnición militar.

 

La familia del General

 

Sin conocer lo que sucedía en el pueblo, Manuel Vega Belgrano y su hijo mayor, “Manuelito”, yerno y nieto respectivamente del creador de la Bandera, viajaron en tren hasta los pagos azuleños.

El ferrocarril recién arribó a Azul el 9 de julio de 1876; sin embargo, previamente, la punta de riel estaba a unos 35 kilómetros del pueblo, aproximadamente en lo que hoy es la zona de Parish. Allí se habían instalado varias galeras a través de las cuales los viajeros completaban el recorrido al punto que requirieran.

A pesar de la cuarentena establecida por el gobierno azuleño, muchos vecinos decidieron por cuenta propia cerrar las puertas de sus comercios o cancelar los servicios que brindaban, tal como sucedió con el sistema de galeras. Aquellos que conocían los padecimientos que se vivían en Buenos Aires, como diríamos en la actualidad, con “el diario del lunes” tomaron estrictas medidas pensando puntualmente en no sucumbir ante el horror que atravesaban principalmente los porteños.

Manuel y su hijo llegaron a la punta de riel el 25 de marzo de 1871 y allí descubrieron que no tenían ningún medio de transporte para completar el viaje hasta el pueblo. Conocedor de la zona, Manuel decidió que debían caminar hasta la posta que se hallaba a unos cinco kilómetros. Pero las sorpresas para los desafortunados viajeros  no concluirían allí… Al rato de iniciada la caminata, la amenazante tormenta que cubría el cielo se desató en una copiosa lluvia… Los Vega Belgrano llegaron a la posta empapados y, para completar el panorama, nadie los atendió; los dueños habían cerrado sus puertas por temor al contagio. Padre e hijo pernoctaron en el corredor de la casa, con la única fortuna de haber encontrado unos cueros de carnero para abrigarse. Temprano, por la mañana, bajo mejores condiciones, continuaron caminando rumbo al Azul.

Nadie los obligó a cumplir la cuarentena prevista ya que arribaron a pie. Y, obviamente, tampoco quedó ningún registro oficial.

Tres días después de los episodios, “Manuelito” le escribió con entusiasmo a su hermana “Florita” contándole la experiencia vivida y resaltó que el pueblo continuaba trabajando arduamente en una incesante vorágine productiva y comercial a pesar del temor que reinaba, contando afortunadamente con escasas víctimas fatales.

 

El curandero oportunista

 

No se sabe cuándo ni dónde nació, pero lo cierto es que Jerónimo Solané, tras breves estadías en Santa Fe y Rosario, se radicó en Azul, en unos campos limítrofes con Tapalqué. Con una figura desgarbada, el cabello canoso y desarreglado, y una larga barba blanca, pese a no alcanzar los 50 años de edad, en su rol de sanador y profeta era conocido como “Tata Dios”.

Su popularidad no dejaba de crecer, principalmente entre aquellos “crédulos” que buscaban una cura a los males que azotaban a los vecinos entre las pócimas que indiscriminadamente proporcionaba como curandero. ¿A cuántos ingenuos habrá salvado de la fiebre amarilla o del cólera?...

Repentinamente, sin tapujos, anunció que el 15 de noviembre de 1871 el mismísimo San Francisco de Asís aparecería en el pueblo del Azul. Semejante noticia causó un gran revuelo y logró la movilización de al menos cuatro centenares de vecinos de la región, poniendo en alerta a las autoridades municipales.

El médico de Policía, Alejandro Brid, completamente alarmado, hizo una denuncia ante el comisario Reginaldo Ferreyra, exigiéndole que lo hiciera comparecer por “ejercicio ilegal de la medicina”.

En su comparecencia ante el Comisario y el Doctor, Solané reconoció que les brindaba remedios y algunos brebajes a las personas que se los solicitaban. Inmediatamente, quedó detenido. Aunque no por mucho tiempo… El juez de Paz, José Botana, aunque el interrogado confesó su delito, lo dejó en libertad. Sin saberlo, Botana marcó el destino de un pueblo vecino…

A los pocos días, Solané se dirigió a la ciudad de Tandil para continuar con sus actividades. Y allí, en la madrugada del 1 de enero de 1872, encabezó las hordas que atacaron la ciudad serrana al grito de “¡Viva la Patria!”, ¡Viva la religión!” y “¡Mueran los gringos y masones!”. El saldo trágico fue de casi medio centenar de personas asesinadas a sangre fría.

 

Saliendo adelante…

           

            Los Belgrano fueron parte de la lucha dada en Azul posteriormente a la epidemia. Pero no fueron los únicos. El pueblo en su plenitud entendió que sólo a través del esfuerzo se puede salir de cualquier situación y aunque no se puede establecer irrefutablemente un vínculo entre la epidemia y el posterior crecimiento del pueblo-ciudad, si es posible afirmar que la superación de aquellos complejos sucesos se dio mancomunadamente.

Transmitida por el mosquito Aedes aegypti, la fiebre amarilla provocó en 1871 unos 14.000 muertos sólo en la ciudad de Buenos Aires, siendo la mayoría de las víctimas inmigrantes italianos, españoles, franceses y de otras partes de Europa. Faltaban todavía diez años para que el doctor cubano Carlos Finlay expusiera su tesis en un congreso médico en La Habana, que demostraría que el causante de la fiebre amarilla era el mosquito y que no se propagaba por contagio directo…





Manuel Vega Belgrano


El pintor uruguayo Juan Manuel Blanes creó la dramática obra “Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires”. Dominan la escena José Roque Pérez y Manuel Gregorio Argerich. Ambos contemplan a una mujer muerta, tirada en el piso y un bebé buscando su pecho para alimentarse. Un niño en un costado mira a Roque Pérez, mientras que en el fondo se ven dos personas de las que una se tapa la boca con un pañuelo. Sobre una cama, muy entre las sombras, se advierte el cuerpo inerte de un hombre, posiblemente el marido de la mujer.




El presente artículo está basado en el capítulo “Manuel Vega Belgrano”, del libro “Los Belgrano y el Azul”, a presentarse el próximo 16 de diciembre.


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