viernes, 25 de julio de 2025

Historias de Francia al Azul: EN PALABRAS DE UN DESTACADO FRANCÉS

 

En palabras de un destacado francés

 

 

Alejo Pedro Luis Eduardo Peyret nació en Serres-Castet, Francia, el 11 de diciembre de 1826. Fue hijo de Cécile Angélique Vignacour y del hacendado Alexis Agustín Peyret.

Estudió en el Colegio Real de Pau, recibiéndose de licenciado en Ciencias y Letras. Luego continuó estudiando leyes al tiempo que empezó a participar de la vida política y a escribir apoyando al republicanismo, a la democracia, al anticlericalismo y al socialismo.

 

Nuevos horizontes

  

Luego del triunfo electoral del Régimen Bonapartista y del establecimiento del Segundo Imperio Francés bajo el reinado de Napoleón III, Peyret abandonó el país. ​Arribó a Montevideo, Uruguay, en noviembre de 1852, donde escribió para los periódicos “El Comercio del Plata” y “El Uruguay”; en este último publicó las primeras traducciones al español de la obra del filósofo anarquista francés Pierre Joseph Proudhon.

Radicado en Argentina, el 31 de agosto de 1856, encabezó la creación de la Sociedad de Auxilio Mutuo, “La Cosmopolita”, en Concepción del Uruguay, considerada la primera mutual del país.

A mediados de la década del ’50, entabló una relación con Josefa Euristela Acosta, con quien tuvo dos hijos: Nieves Emilia y Luis Alejo.

            El 11 de julio de 1857, el presidente Justo José de Urquiza, lo nombró administrador y director de la Colonia San José. Bajo su dirección, la colonia comenzó a cultivar maníes, papas, batatas, porotos, cebollas, remolachas azucareras, maíz y tabaco. Peyret también introdujo técnicas superiores para el cultivo de trigo y presionó a Urquiza para que le entregaran nuevas tierras, en las que establecería una estación experimental para el crecimiento de algodón. También experimentó con tártago y con la adaptación del gusano de la seda al clima de la región. Construyó una fábrica para la manufactura de aceite de maní. Por su trabajo agrícola con la papa recibió una mención honorable​ en la Exposición Nacional de Córdoba.

Entretanto, el 7 de julio de 1866, Peyret se casó en la parroquia de San José con su coterránea María Celerina Pinget (1846-1914; nacida en Vinzier, Haute-Savoie). La pareja tuvo una única hija: Alfonsina.

En un transcurso de treinta años Peyret cumplió las funciones de administrador, director, juez de paz, comisionado, presidente de la municipalidad de San José y oficial del primer registro civil, que fue creado en 1873 en Colón. También fue miembro de la Comisión de Obras Públicas de Colón, cuyas funciones eran supervisar la construcción de la Iglesia, recaudar fondos e informar al gobierno en sus inversiones.

Dadas ciertas publicaciones que realizó sobre el asesinato de Justo José de Urquiza y sus críticas a la intervención federal de la provincia de Entre Ríos, aunque quiso conservarse en el anonimato, su identidad fue revelada y esto le costó el trabajo de administrador de San José, siendo obligado a abandonar la provincia.

Peyret publicó sus “Cuentos Bearneses” en Concepción del Uruguay en 1870, obra que fue traducida al francés y editada veinte años más tarde en París.

El 13 de julio de 1874 fue nombrado para ocupar la cátedra vacante de Francés, en la Facultad de Humanidades y Filosofía. Más tarde, fue profesor de historia mundial para los seis grados del Colegio Nacional de Uruguay, y posteriormente dictó cursos especiales.

Iniciado en Francia, en la Argentina también fue miembro activo de la masonería. Desde la Logia “George Washington” se ocupó de formar la sociedad educacional “La Fraternidad”, que buscaba proteger y proveer alojamiento a los estudiantes del Colegio de Uruguay.​

Fue presidente de la Comisión Directiva provisional de la Sociedad Francesa de Auxilio Mutuo de Concepción del Uruguay. La Oficina de Territorios y Colonias lo nombró en 1881 para hacer un estudio sobre las posibilidades del territorio de Misiones; este estudio lo inspiró a escribir treinta cartas que fueron publicados en el diario “La Tribuna Nacional”, bajo el título de “Cartas de Misiones”. Escribió, además, “Historia Contemporánea”, libro de texto que sería usado en escuelas normales y en Colegios Nacionales.

En agosto de 1883 fue trasladado a Buenos Aires. En 1885 su libro “Orígenes del Cristianismo” fue adaptado en la Revista de la Universidad de Buenos Aires y, al año siguiente, su trabajo de “El Pensador Americano” fue publicado. Al mismo tiempo, publicó “Historia de las Religiones” y “La Evolución del Cristianismo”.

            

Otro francés en el Azul

  

            Alejo fue nombrado Inspector de las Colonias, el 12 de febrero de 1887, por el entonces presidente Miguel Juárez Celman. Como consecuencia de este puesto, publicó “Una visita a las colonias de la República Argentina”, escrita en español (y traducida al francés) y presentada por el gobierno argentino, en dos tomos, en la Exposición Universal en París. En el Tomo I, capítulo VII, de esta obra publicada en 1889 por Imprenta Tribuna Nacional, Alejo Peyret cuenta -aunque con algunas imprecisiones en ciertas fechas citadas-, su visita a Azul:

 

            Excursión al Azul y a Bahía Blanca.- Mi cuarta excursión fue para los pueblos y colonias del sud de la provincia.

            Desde luego, hablaré del Azul. Puede el Azul considerarse como una colonia formada por la inmigración espontanea desde cincuenta años a esta parte, es decir, desde que comenzaron a afluir a estas playas los bearneses, los vascos y los demás franceses del sudoeste. Contestaba Enrique IV a su jardinero quien le decía que nada podía brotar en cierto paraje de su quinta: ‘Plante usted gascones, ellos prenden en todas partes’. El mismo rey era un ejemplar manifiesto de lo que aseveraba: Había prendido en el trono de Francia, después de la abjuración famosa que él mismo formuló asaz cínicamente: ‘París vale una misa’, -y dio el salto mortal; pero sus enemigos nunca creyeron en la sinceridad de su conversión, por cuyo motivo lo persiguieron hasta que consiguieron asesinarlo en su propio carruaje.

            Otro individuo, de la misma provincia, debía dos siglos más tarde prender en el trono de Suecia, fundando también una dinastía, que parece asegurada por mucho tiempo.

            En rangos inferiores, encontraríamos a muchas otras personalidades sobresalientes que salieron de esa parte de la Francia meridional , descollando en varios ramos de la actividad humana; pero sería larguísima la enumeración; sin embargo no puedo menos de recordar el nombre de D’Artagnan, el insigne mosquetero, celebrado en tres novelas por Alejandro Dumas, ese tipo de los oficiales de fortuna que no tenían, al salir de la casa paterna, más que la capa y la espada, tan común en otro tiempo, pero que las circunstancias han transformado. Porque el aventurero que se dedicaba en otro tiempo a la carrera de las armas y recorría la Europa ganando o perdiendo batallas; actualmente se hace emigrante y va a buscar fortuna más allá de los mares.

            De esos, muchos vinieron al Azul: allí se oye a cada paso el dialecto de los Pirineos, por cuyo motivo uno cree a cada momento divisar en lontananza la cordillera que separa Francia de España, el pico del Mediodía, el Vignemale, la Maladetta y otras azuladas cumbres; pero la ilusión no tarda en desvanecerse, y, levantando la cabeza se encuentra frente a frente con la gran tienda y ferretería de Catriel.

            Catriel! Este nombre recuerda casi el último de los mohicanos, de las tribus del sud.

            Allí, al otro lado del arroyo, que va serpenteando entre los álamos y los sauces llorones, estuvo durante muchos años acampada la tribu del cacique famoso, hasta que tuvo la mala ocurrencia de sublevarse y de tomar parte en las guerras civiles de estos países.

            Planteóse entonces la cuestión india y la cuestión fronteras, cuya solución presentada por Azara a principios de siglo se había ido aplazando indefinidamente, y los indios desaparecieron con los cantones militares, los fortines y todos los abusos que originaba semejante estado de cosas.

            Esos tiempos son de ayer, y sin embargo, cuan distantes nos parecen ya! Los vecinos del Azul refieren todavía la existencia angustiada que llevaban en aquel entonces, y se creería que cuentan una historia antigua, una novela fabulosa, porque hubo época en que los indios se habían hecho realmente temibles y no les tenían miedo a los mismos soldados de línea, a los cuales atropellaban en campo descubierto o lanceaban en los corrales donde se habían parapetado.

            A cada momento, los pobladores pacíficos tenían que empuñar las armas para rechazar los ataques de los salvajes invasores y expedicionar a largas distancias. Esto era por consiguiente una especie de colonia militar atrincherada detrás de fosos, de zanjas y de cercos de palo a pique con centinelas en permanencia.

            Todo aquello ha desaparecido: no subsiste más que el recuerdo; a la fecha, el Azul ha llegado a ser una de las ciudades más importantes de la provincia de Buenos Ares, la que viene inmediatamente después de San Nicolás; su municipalidad tiene cien mil pesos nacionales de entrada; ha construido un hermoso edificio para las oficinas públicas. Hay una plaza muy bien adornada con árboles y flores, un colegio normal de niñas, una biblioteca pública, un club, buenos hoteles muy confortables, dos grandes molinos de agua y de vapor (los de los señores Dhers y Rivière), barracas, cervecería, buenas casas de negocio, etc., etc. La iglesia deja que desear en cuanto a elegancia arquitectónica: presenta un aspecto vetusto, que contrasta desagradablemente con las construcciones modernas que la acompañan; la mayor parte de las calles son empedradas.

            Llamóme la atención un banco de mármol que se encuentra en la plaza con la inscripción siguiente:

            ‘ANTONIO DATELLI Obsequia este recuerdo al progresista pueblo del Azul, a la municipalidad, a la comisión de ornato de la plaza, al laborioso e infatigable presidente don Eduardo Plot.’

            El pueblo del Azul data, según creo haber entendido, de 1829, y fue un presidio durante el gobierno de Rosas o de Rozas, si se atiende a la rectificación de don Lucio Mansilla.

            Entre los primeros pobladores de esa localidad, hablando cronológicamente, se me ha nombrado a los señores Dhers y Pourtalé.

            Blas Dhers ha muerto; había montado un molino en 1853, que ha sido rehecho en estos últimos tiempos, pudiendo moler cincuenta a sesenta mil fanegas; era oriundo del alto Garona. Pourtalé es de los Bajos Pirineos, vino en el año 1842. Rivière dueño del otro molino, es de los altos Pirineos. Este último molino data de 1854, y estuvo a punto de quemarse totalmente, hace poco tiempo. El Sr. Pouyssegur tiene también un molino, pero está en el arroyo Pigüé, que desemboca en la laguna Carhué.

            Mucho habría que agregar sobre el Azul, pero creo haber dicho lo bastante para dar a conocer la importancia de ese pueblo industrial y progresista. Además, considerando que ha dejado de ser fronterizo, es menester ir adelante.”.

 

            Vale agregar que el donante del banco –que ya no existe-, Antonio Datelli, se dedicaba a la explotación de canteras y caleras en la zona de Olavarría, siendo fundador y propietario -en sociedad con Adolfo Dávila- de “La Providencia”.

  

Hacia el final de un fructífero camino

  

Peyret se marchó hacia Francia el 5 de junio de 1889 a bordo del Río Negro, con su esposa Celerina Pinget y su hija Alfonsina. En París participó del Congreso Internacional Socialista. El Gobierno Nacional le encargó un estudio que derivó en la publicación “Las Máquinas Agrícolas de la Exposición Universal de París”.

A su regreso a la Argentina, fue nombrado representante de Entre Ríos en el “Primer Congreso Agrícola Provincial”, que tuvo lugar en Esperanza, provincia de Santa Fe. Escribió sus memorias agronómicas en el artículo “Colonia San José - Cómo fue fundada” y también fue presidente de la Alianza Francesa de Buenos Aires y

Alejo Pedro Luis Eduardo Peyret murió en Buenos Aires, en su casa de la calle General Urquiza Nº 176, el 27 de agosto de 1902.




Alejo Peyret


sábado, 19 de julio de 2025

Historias de Francia al Azul: DESDE LOS CIMIENTOS

                                                         Desde los cimientos

 

Antes de casarse, en sociedad con su futuro suegro Martín Robiz, en la esquina norte de Colón entre 9 de Julio, Adrián Loustau había fundado el Hotel “De la Paix” o “De la Paz”, en la década de 1870.En la cuadra que en la actualidad ocupa el Colegio “Inmaculada Concepción” estaban: el mencionado local de Loustau, luego seguía hacia mitad de cuadra el modesto Hotel “Bonne Soupe” o de la “Buena Sopa”, de Marcial Fortanet (quien promocionaba su local con el nombre tanto en francés como en español), el Almacén de Ramos Generales de Alejandro Malére (francés, abuelo del célebre intendente Ernesto María Malére), y en el último tramo de la cuadra -esquina de Colón y Bolívar-, se hallaba el Instituto de Enseñanza Popular.

          

Instituto Popular de Enseñanza

  

            En su obra “Historia del antiguo pago del Azul” el Dr. Alberto Sarramone rescata las palabras del hijo de Aquiles Pouyssegur, uno de los fundadores del “Instituto Popular de Enseñanza” y cuenta:

             “La idea original –decía Hipólito Pouyssegur- era crear un Liceo, como los de Francia, orientado en el sentido científico para que las inteligencias nacientes pudieran primero comprender la región y luego servirla en la solución de sus problemas; se quería, en suma, hacer dedicaciones reales, y no lo que es por desgracia, aún hoy la instrucción, mera capacidad de acopio retórico… Históricamente para el Azul, demuestra una época de energía, de optimismo, de generosidad. Un noble deseo de no ser amparados por el Estado.”

           

            El Instituto Popular de Enseñanza surgió por iniciativa de un grupo de vecinos que se reunieron el 5 de diciembre de 1895, en el “Hotel de la Paz” de Adrián Loustau. El grupo, conformado mayoritariamente por franceses, contaba con nombres como: Pedro Maschio, José María Berdiñas, Alejandro Malére, Luciano Fortabat, Antonio Aztiria, Ruperto Dhers, Juan Darros, Santiago Dieffenbacher, Leoncio Daugá, Bernardo Naulé, Esteban Louge, José Gil Navarro, Rafael Viñas, Juan Carlos Ball, Miguel Hournau, Benigno Ramos, Félix Piazza, Santiago Sanguinetti, Jaime Vilaseca y Velazco, Bernardo Clérice, Juan Nocetti, Enrique Pol, Floriano Riviére, Ulrico Filippa, Agustín Lafontaine, Emilio Pourtalé y Andrés Fernández, entre otros tantos.

            El Instituto Popular de Enseñanza comenzó a funcionar en 1896, en el edificio de Colón N° 104 (vieja numeración), esquina oeste con calle Bolívar, brindando educación primaria y secundaria con una duración de 5 años en el Colegio Nacional y de 2 años, en el Comercial. También se daban clases especiales de dibujo. Actuaba como incorporado del Colegio Nacional de La Plata, llegando a Azul, anualmente, una comisión evaluadora para tomar los exámenes del nivel secundario.

            Para la constitución del establecimiento, se destacó el activo Aquiles Pouyssegur quien motivó a un grupo de accionistas del “Banco Comercial del Azul” (que él mismo había impulsado), para que donara una importante cifra de dinero. Asimismo, el noble francés fue presidente del Instituto, sucediéndolo destacados vecinos como el Dr. Ángel Pintos, Ingersoll Brown, Abelardo Cano, Claudio Troncoso y Reynaldo G. Marín.

Siguiendo una vez más la investigación del Dr. Sarramone podemos agregar: “El profesor Marín se aleja por algunos años de nuestro medio hasta que vuelve para hacerse cargo del Colegio Nacional. Aprovechando la visita del Ministerio de Instrucción Pública, en 1905, a la Escuela Normal la comunidad solicita que “como elemento de progreso social” se proceda a la fundación de un Colegio Nacional, sobre la base del instituto que estamos estudiando.”.

  

Congregación

            Emilie de Villeneuve (1811-1854), nieta del conde de Villeneuve, fue una religiosa católica francesa que fundó su propia congregación, la que se estableció en muchas partes de África y América Latina. Impulsada por su vocación de servicio y gran amor por el prójimo, Emilie tuvo numerosas entrevistas con el Padre Le Blanc porque quería ingresar a la Orden de las Hermanas de San Vicente Paul Castres. Sin embargo, ante la imposibilidad de hacerlo, comprendió que Dios le pedía que fundara una congregación, la cual debía tener el color azul como característico.

En 1836, bajo el lema “Dieu Seul” (Sólo Dios), fundó su propia congregación, la Congregación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción, llamadas corrientemente “Hermanas Azules”.

El reducido número de religiosas con el que se inició la Congregación, tuvo como sitio para su primera misión Senegambia, África, donde con gran esfuerzo lograron erigir varios establecimientos educativos religiosos.

Enferma de cólera, en Castres, el 2 de octubre de 1854, Emilie entregó su alma al Creador. Pero como legado, su obra comenzó a fructificar en diversos países. A principios del siglo XX, sus seguidoras viajaron a Latinoamérica, donde fundaron diversas escuelas religiosas en Brasil, Paraguay, Uruguay, Venezuela y Argentina.

  

“Hermanas Azules” en el Azul


El 17 de octubre de 1907, llegaron a Azul diecinueve Hermanas de la Congregación de la Inmaculada Concepción (habían arribado a Buenos Aires a bordo del “Magallan” desde Francia, previa escala en Lisboa). Fueron recibidas por María Gómez de Enciso, presidenta de las “Damas de Caridad del Sagrado Corazón de Jesús”, y el Padre César Antonio Cáneva. Marie Alphonse Rheit se convirtió en la primera superiora de la casa y a su vez y desde ese momento, en la primera superiora provincial de Argentina. También llegaron con ella Sylvie Azais, Saint Emile, Saint Robert, Francois de Borgia, Marcellin y Clementine, entre otras.

Las  Hermanas Azules, con el impulso irrefrenable del Padre Cáneva y el apoyo incondicional de María Gómez de Enciso, lograron inaugurar el Colegio Inmaculada Concepción. Las infatigables religiosas Madre Saint Román, sor María Henriette, sor Antoniette, sor Adele, sor Phillipine, sor Virginnie, sor Marie Bernard y sor Juliette, emprendieron la ardua tarea de consolidar el funcionamiento de la Congregación en Azul, conduciendo como ícono fundamental el Colegio. En su libro “Historia de la arquitectura de Azul”, el arquitecto Augusto Rocca cuenta:

“Tras las medidas dictadas por el gobierno francés, que obligaron a las Hermanas de la Inmaculada de Castres a cerrar sus colegios y obras asistenciales, la congregación tuvo que emigrar a otros países para continuar su obra. Así fue como se radicó en España, Italia y en la Argentina.

            Una vez aquí, un grupo de Hermanas Azules, que llegó a Buenos Aires en 1904, fundó el Colegio de la Inmaculada Concepción de Lomas de Zamora. Entonces, el padre Cáneva escribió a la congregación en Francia para ofrecer su hospitalidad y convocarlas a trabajar en Azul. En un principio les ofrecía la dirección del Asilo del Sagrado Corazón y en 1914 gestionó que se ocuparan de la atención del Hospital Municipal. Fue así como en 1907 se estableció en Azul un grupo de hermanas de la congregación, que fundarían el Colegio Inmaculada Concepción de nuestra ciudad. El colegio abrió sus puertas el 15 de marzo de 1908, en una casa ubicada en Belgrano y Colón.”.

           Efectivamente, las religiosas se instalaron en una de las tres casas Art Nouveau de la esquina este del cruce de las calles Colón y Belgrano, que en 1906 había construido Andrés Ginocchio.

  

Una cuadra con mucha historia

     

            Cuando en 1890 Adrián Loustau mudó su hotel a la vereda este del mismo cruce de calles (Colón y 9 de Julio) y cambió la denominación por la de “Colón”, el edificio desocupado en la esquina norte pasó a ser temporalmente el“Hotel de France”con nuevos dueños. Iniciado el siglo XX, el hotel cerró sus puertas –repitiendo lo que ya había hecho Marcial Fortanet con el suyo- y Alejandro Malére vendió su comercio… Apenas se inició la década del ’10, el “Instituto Popular de Enseñanza” dejó su sede, lo que permitió poco después la llegada del Colegio de la Inmaculada Concepción.

            Todas las propiedades de la cuadra de calle Colón entre Bolívar y 9 de Julio se unificaron para dar un lugar acorde a las Hermanas, las alumnas y pupilas. Así cuenta una vez más el arquitecto Rocca:

“En 1912 se trasladó a la casa que le cediera la familia Pourtalé, que constituyó el embrión del actual edificio del colegio. Unos años después, uno de los miembros de la familia, el joven arquitecto Héctor Pourtalé, junto a su socio, Victorio Lavarello, realizó las reformas necesarias para adaptar la casa a su nueva función y proyectó la capilla. Esta última  es de estilo gótico y fue bendecida el 2 de febrero de 1923. Cabe señalar que el altar de la misma fue costeado mediante una suscripción realizada entre alumnas y ex alumnas del colegio.

En 1937, la institución obtuvo la incorporación de la educación secundaria, lo que generó un gran aumento en el número de alumnas que hizo necesaria la ampliación  y transformación del edificio original. El colegio funcionaba con alumnas pupilas y medio-pupilas, por tal motivo, el proyecto no solo debía contemplar aulas y aposentos para las hermanas sino también habitaciones para las pupilas.

Dicho proyecto fue encargado a los arquitectos Dhers y Garbarini, quienes concibieron el edificio tal cual lo vemos hoy, que ocupa aproximadamente media manzana en la calle Colón entre 9 de Julio y Bolívar. Las obras se desarrollaron en la década de 1940 y estuvieron a cargo de la empresa ‘Toscano, Lattanzi y Barbetti’. Inicialmente, en 1943, se construyó el salón de actos y entre 1944 y 1945 se amplió el conjunto edificándose la planta alta.

La obra es casi simétrica, se desarrolla en dos plantas y está organizada en torno a dos patios que flanquean la capilla. Las fachadas corren paralelas a las calles sin más que mínimos adelantamientos a modo de pilastras, que permiten un seccionamiento muy rudimentario de los frentes. El estilo es un clasicismo tardío, muy despojado de ornamentación, que se hace apenas reconocible por la simetría y el entablamento superior.”.

Sucesivamente diversas religiosas continuaron la labor en la comunidad azuleña, destacándose entre ellas la madre Helena que llegó a Azul en 1911, trabajando como maestra de grado, profesora de francés y catequista hasta que fue nombrada Madre Superiora en 1953. Fue ella quien completó la obra del Colegio.

En 1937, la Madre Provincial Germaine obtuvo la incorporación de la enseñanza secundaria y las alumnas pudieron así egresar con el tal ansiado título de Maestra Normal Nacional. La Congregación nombró entonces, a la señorita Vicenta Trapaglia en la Rectoría, quien con acierto y prudencia cumplió la difícil misión encomendada.

Con la incorporación de la enseñanza secundaria, la obra empezó a desarrollarse en toda su plenitud. En la actualidad, ya no hay una comunidad religiosa establecida en el lugar. Sin embargo, el Colegio sigue en pleno funcionamiento.

 


Esquina de Colón y Bolívar. Hacia el fondo de la cuadra pueden apreciarse los diferentes edificios de la época.

lunes, 14 de julio de 2025

Historias de Francia al Azul: HOURNAU

                             Hournau: con “H” de Herrería e Historia

           

            Ubicada sobre el antiguo Camino Real, arteria que años más tarde de haberse constituido el pueblo fue bautizada como calle Colón, y lo que a finales del siglo XIX eran las afueras de la ciudad hacia el sur, Jean Hournau instaló su herrería en Azul.

            Entre las calles Guaminí y General Rivas, en lo que hoy es el comienzo o el final de la Avenida Carlos Pellegrini, comenzó a trabajar una de las más importantes herrerías del pueblo, frente a la Plaza de Carretas que usaban los que transportaban productos desde y hacia el cercano Molino Harinero “La Estrella del Sud” que otrora fundaran sus coterráneos franceses Blas Dhers y José Luis Barés (primero cuñado y luego, a la vez, yerno de Dhers). Vale aclarar que dicha Plaza, conocida como “Marte” y luego “Gral. Rivas”, en la actualidad constituye el acceso al Parque Municipal “Domingo F. Sarmiento”.

            Los herreros formaron parte de las corrientes colonizadoras de estas tierras y las herrerías se fueron incorporando a la vida pueblerina en la medida en que iban desarrollándose simultáneamente.

  

Al Azul

  

            Jean (Juan) Hournau había nacido en Francia, el 4 de octubre de 1873. Hijo de Pierre Hournau y Marie Julienne Charramiou. Tuvo siete hermanos: Catherine (1875), Jean Baptiste (1877), Marie (1879), Gabriel (1881), Anne (1883), Léon (1885) y Pierre Édouard (1887).

            Buscando nuevos horizontes, llegó al Puerto de Buenos Aires en 1890. En la cosmopolita ciudad comenzó a desempeñarse en el oficio que había aprendido prácticamente desde la cuna: la herrería. En el Censo Nacional de 1895 aparece radicado en Pilar, soltero y, justamente, trabajando como herrero. Sin embargo, para entonces ya tenía una hija, María Luisa (1894), y convivía con su coterránea María Maire (nacida en 1866) con quien finalmente se casó y tuvo dos hijos más -en el que sería su nuevo destino-, Juan (11 de julio de 1899) y Ana Clementina (1905).

            Faltando un par de años para el inicio del nuevo siglo, Juan llegó con su familia a Azul en una época de pujanza, de construcciones relevantes a cada paso y grandes progresos sociales y económicos. Invirtió sus ahorros en la compra de un amplio terreno (comprendido por las actuales Av. Pellegrini, Gral. Rivas, Cnel. Burgos y Guaminí), donde instaló su herrería. Asimismo, en el mismo predio, Miguel Hournou (al que llamaban "primo", sin embargo, además de la diferencia en el apellido, no se pudo hallar parentesco comprobable), instaló un hospedaje que resultó de mucha actividad dado el constante trajinar de carreteros. Por otra parte, en contacto permanente con su hermano Pedro Eduardo, Juan le contó fascinado el desarrollo que se vivía por los pagos azuleños. Finalmente, el menor de los Hournau, decidió instalarse a unas veinte cuadras de la Estación Shaw del Ferrocarril del Sud con una herrería que se tornaría de suma relevancia para el incipiente poblado.

  

La herrería

            

            La herrería de Juan Hournau iniciaría su etapa de esplendor con el radiante y prometedor siglo XX. Distribuiría su labor entre la construcción de herrajes para carros, el afilado de rejas de arado, hachas, picos, cortafierros, entre otras. Sin embargo, a esas tareas menores sumaría con frecuencia casi diaria la reparación y/o construcción de ruedas de carros y el herrado de caballos.

            La infraestructura básica, común a casi cualquier herrería, estaba constituida por el yunque, la fragua y el fuelle, complementadas por herramientas de corte, de estampado, sujeción y acabado, entre otras. La herrería era uno de los pocos oficios artesanales que contaban con un gran número de herramientas que eran fabricadas por los mismos herreros, muchas de las cuales pasaban de generación en generación.

            El yunque (que hoy se preserva en el Museo criollo “Beato Pereyra”) es un gran bloque de hierro de cuyos extremos sobresalen dos picos de diferente forma. La parte superior es el lugar de trabajo del herrero donde el metal incandescente era golpeado sucesivamente para moldearlo; en la zona de unión de los extremos posee dos agujeros: uno circular y otro rectangular, que se utilizaban para situar encima de ellos las trincas y/o para realizar perforaciones sobre el metal en caliente o manipular y dar forma al metal.

            El lugar donde se calentaban los metales para una vez blandos e incandescentes lograr forjarlos, era la fragua. Por arriba se cargaba el carbón de piedra y por debajo a través de un conducto llegaba el aire insuflado por el fuelle que avivaba la llama producida.

            Por otra parte, dentro de las herramientas era común hallar: mandarrias (utilizadas para percutir, similares a un martillo pero de mayor tamaño y peso); marrones (semejantes a un martillo grueso con cabeza en forma de prisma, empleado para dar forma al hierro); y una gran diversidad de tenazas, cinceles, piedras de afilar, alicates, y otros tantos tipos y tamaños de martillos. A esta lista deben sumarse también las herramientas para trabajar la madera, ya que también se encargaban de la reparación de carros y carretas (algunas veces hasta construirlos completamente), vehículos en los cuales confluyen la madera y el hierro.

            Mayoritariamente asistían a la herrería aquellas carretas que luego de haber trasportado mercaderías por los caminos rurales, hasta los más recónditos rincones de la llanura, llegaban a duras penas para reparar los rayos de la rueda (una de las tres partes fundamentales). En los cubos se incrustaban los rayos (solían ser de 12,14 o 16 por rueda,) y sobre éstos iban las pinas que daban forma circular a la rueda. La llanta se formaba a partir de una planchuela de hierro que se le daba forma haciéndola pasar entre rodillos y luego sus extremos eran calentados al rojo vivo, adicionándoles una “placa” para facilitar la unión que se lograba mediante el martilleo sobre el yunque. Luego se calentaba toda la llanta para posteriormente colocarla alrededor de las pinas, rápidamente se la enfriaba con agua para evitar que se quemen las piezas de madera, con ello la llanta se contraía presionando con fuerza las pinas y rayos contra el cubo. A esto se llamaba “dar tiraje”.

            Finalmente, también recurrían “a lo de Hournau” para herrar los caballos, elementos necesarios para resguardar los vasos de los caballos del desgaste por el trajinar sobre los adoquines de la ciudad que lentamente dejaba de ser pueblo.    

            

La suerte del Molino

            

            La cercanía de la Herrería con el Molino Harinero fue vital para el sostenimiento de la demanda de trabajo para el primer trabajo. Asimismo, la ubicación estratégica en el sur del pueblo-ciudad marcaba otra de las fortalezas del establecimiento del inmigrante francés.    El Molino supo ser de vital importancia para el desarrollo industrial de Azul y las diversas actividades que se generaban en derredor. Tras el fallecimiento de Blas Dhers (12 de julio de 1886), la administración del Molino “La Estrella del Sud” había quedado en manos de su hijo Luis Francisco Marcelo Dhers Barés, quien había sumado la explotación de la “Estrella del Norte” (fundado por Rivière). En 1901 Luis se asoció con Esteban Louge, logrando la modernización de las instalaciones del conocido por entonces como “Molino Azul”; sin embargo, Esteban falleció el 24 de septiembre de 1911, tras lo cual, su hijo Esteban Juan tomó las riendas de la administración del Molino con su suegro Luis Francisco Marcelo Dhers Barés, pues se había casado con Elena María Dhers (hija de Luis y María Luisa Gunche). En la madrugada del 5 de junio de 1921 un devastador incendio destruyó completamente las instalaciones del “Molino Azul” y buena parte de la producción almacenada. Prácticamente la casa familiar fue lo único que salvó de aquel desastre. Las pérdidas económicas fueron tan contundentes que marcaron la declinación de la empresa, cerrando la industria definitivamente en 1926.

            Indudablemente, el cierre del Molino marcó el declive de la actividad en la zona, que ya de por sí había menguado bastante por la llegada de los automóviles y el cambio radical en el transporte que se estaba produciendo, quedando cada vez más relegada –hasta prácticamente desaparecer- la tracción a sangre.

            Otro cambio sustancial en el paisaje se había suscitado cuando el 10 de octubre de 1918 se había inaugurado el Parque Municipal (hoy “Domingo F. Sarmiento”), empleando la vieja Plaza de Carretas -que había sido brevemente Velódromo-, como parte del acceso al paseo. Considerándolo un bello avance para la comunidad, Juan decidió donar un banco circular que fue colocado cerca de la margen del Arroyo (en el sector del actual Patio Andaluz).

  

“Hotel de France”

  

            Miguel Hournou mantuvo por algún tiempo el hotel junto a la herrería de su "primo". Sin embargo, el crecimiento de la actividad de ambos, llevó al hotelero a apostar a un nuevo desafío…

            El viejo edificio que ocupara Adrián Loustau (con el “Hotel de la Paz”) se convirtió en el “Hotel de France” que fuera en un principio de Zamora y Peyrouselle, quienes en 1896 promocionaban: “(…) Servicio esmerado para pasajeros, familias, banquetes y casamientos (…)”. Luego pasaría a ser propiedad de Miguel Hournau que antes de finalizar el siglo lo trasladaría al más amplio edificio de Colón y Av. Tapalqué (luego Av. Humberto I, actual Av. Perón) y promocionaba:

 

            “Hotel y Restaurant Francés de Miguel Hournau – Calle Colón y Av. Tapalqué – Azul - Gran comodidad y esmerado trato para familias y pasajeros. Gran corralón para Galeras, Carruajes, Carros y caballos”

 

            Como dato vale agregar que en la ubicación de Colón y 9 de Julio, se habían instalado las mensajerías “La Azuleña” y “La Argentina”, de José M. y Manuel San Julián, respectivamente. Promocionaban entre otros medios en la “Guía del Azul” del año 1900, las salidas y regresos desde y hacia “Sol Argentino” de Mariano Roldán y “Loma de las Ovejas” (negocio de los Sres. Loustalet y Froment).

  

Galera “San Julián”

             La empresa de servicio de galera llamada “San Julián” era de propiedad de José María y Manuel San Julián. Los hermanos, que fueron sus primeros conductores, a fines del siglo XIX, una vez por semana partían del Azul hacia la estancia “El Sol Argentino” en Benito Juárez. Fundada hacia 1869 por Mariano Roldán, la estancia se transformó en centro de la actividad ganadera de Benito Juárez, siendo punto de asistencia, apoyo y aprovisionamiento de las tropas.

            El trayecto era de 22 leguas, dividido en tramos de 4, cada uno se denominaba posta, donde recibían pasajeros, correo, encomiendas y cambiaban caballos.Las postas eran “La Nutria”, “La Barrancosa”, “El Socorro”, y el Almacén “San Juan”.

            El penúltimo conductor fue Ramón Sánchez, quien además oficiaba de peluquero del personal de la estancia, y el último fue Domingo Padrón, apodado “El Canario” por ser oriundo de Islas Canarias.

            La galera funcionó hasta 1913 y en el taller de Hournau fue reparada en más de una oportunidad.

  

Sucesores

  

            El único hijo varón que tuviera Juan, orgullosamente homónimo de su padre, desde pequeño comenzó a inmiscuirse en el fascinante mundo de la herrería, ese mágico sitio para un niño por donde desfilaban corceles a herrar o carruajes que llegaban dañados y salían plenamente reconstruidos. Ya siendo un adulto, un día tomó las riendas…

            Juan Hournau (h) contrajo matrimonio con María Antonia Rosa (nacida en 1901). La pareja tuvo cuatro hijos: Juan Carlos (1924), Héctor Adolfo (1930), Oscar Ramón (1931) y María Ángela “Negra”.

            Ligado al barrio, siendo uno de los vecinos más antiguos, Juan trabajó y fue nombrado presidente honorario de la “Asociación Villa del Parque”.

            En la década del ’40, en los periódicos anunciaba su herrería:

             “JUAN HOURNAU (hijo) - Carpintería, Herrería y Fábrica de Carruajes. Carrocería para camiones. Soldadura autógena. Se atienden trabajo de agricultura. U.T. 503 – Colón 1081”.

             Y llegó el día en que Juan también comenzó a cederles el lugar a sus hijos, quienes también habían vivido desde pequeños. En el periódico “Del Pueblo” del 9 de mayo de 1958 podía leerse:

             “Casa HOURNAU E HIJOS - Colón 1079 – T.E. 503 – AZUL – OFRECE el mejor servicio de reparación de elásticos para autos y camiones. Los trabajos se hacen en el día. Pida turno.”.

             Dignos herederos, los Hournau continuaron con toda una tradición familiar que se había iniciado en los albores del siglo XX y trascendió hasta el presente…



De izq. a der. 2° Juan Carlos, 4° Juan y 6° Jean Hournau


Juan Hournau







Al centro de la imagen Jean Hournau, con su hijo, nietos y vecinos. Detrás, la galera "San Julián".





MUCHAS GRACIAS A DANIEL Y PABLO HOURNAU POR LAS FOTOGRAFÍAS Y DATOS DE LA FAMILIA!!!!