José Ferreyro, el Ciudadano
José Santiago Ferreyro nació
en 1874, en la ciudad de Buenos Aires. Sus padres fueron Diego Ferreyro y Josefa
Moldes, ambos de origen español. Tuvo al menos dos hermanos: Adolfo,
nacido en Uruguay -que fuera el primer destino de sus padres al emigrar-, y Elvira,
porteña como él. Poco tiempo después del nacimiento de su hermana, la familia
se trasladó al Azul.
Desde muy joven, José fue un
partícipe decidido de la
Unión Cívica Radical, desempeñando varias funciones dentro
del partido como miembro inquieto y creativo del Comité del Azul y como Delegado
al Comité Nacional.
La
Revolución de 1905
Tras las sucesivas derrotas
sufridas en las revoluciones de 1890 y 1893, y no habiéndose logrado la
transparencia electoral buscada, la Unión Cívica Radical entró en una grave crisis,
que se profundizó a partir del año 1896 cuando se produjo el suicidio de Leandro
N. Alem y la muerte de Aristóbulo del Valle.
En 1897 Hipólito Yrigoyen,
profundamente en desacuerdo con la orientación acuerdista que proponía Bernardo
de Irigoyen, impulsó la disolución del Comité de la U.C.R. de la provincia de
Buenos Aires, tras lo cual el radicalismo ingresó en un período de
inorganicidad que se prolongó hasta 1903 cuando el mismo Yrigoyen inició la
reorganización.
El 29 de febrero de 1904, el
recién reorganizado Comité Nacional declaró la abstención electoral de
todos los radicales de la
República en las elecciones de diputados de la Nación, de senador por la
capital, electores de presidente y vicepresidente de la Nación. Aquella
decisión era el inicio de algo más grande…
Casi un año después, el sábado 4 de
febrero de 1905, en la Capital Federal, Campo de Mayo, Bahía Blanca,
Mendoza, Córdoba y Santa Fe, se produjo el alzamiento armado que se venía
preparando, casi con las mismas banderas que en 1890 y 1893.
Aquél día se desató una de las
rebeliones más importantes que sufrió la República, por el número de militares comprometidos,
las fuerzas vinculadas y la extensión del movimiento. Se había trabajado con
mucho sigilo pero, a pesar de eso, el gobierno, encabezado por Manuel
Quintana, estaba avisado de la situación.
En la Capital Federal,
las medidas represivas sofocaron en sus comienzos al movimiento. Los
revolucionarios fallaron al no poder asegurar el control del arsenal de guerra
de Buenos Aires cuando el general Carlos Smith, jefe del Estado Mayor del
Ejército, desplazó a los soldados yrigoyenistas. Las tropas leales y la policía
recuperaron pronto las comisarías tomadas por sorpresa y los cantones
revolucionarios.
En Córdoba los revolucionarios
tomaron prisionero al vicepresidente José Figueroa Alcorta a quien
obligaron a tener una conferencia telegráfica con Quintana, solicitándole la
renuncia a cambio de su vida. Sin embargo, el Presidente no cedió y la amenaza
no fue ejecutada.
En la misma redada intentaron
detener al ex presidente Julio Argentino Roca, quien
prevenido, logró escapar a Santiago del Estero. En cambio, fueron detenidos su
hijo, el diputado Julio Argentino Pascual Roca y Francisco Julián Beazley,
ex jefe de policía de Buenos Aires.
Sin eco en el Azul…
En enero de 1905, el Dr. Ángel
Pintos, había asumido una vez más como intendente de Azul, en representación
del “Comité Popular”, de extracción mitrista. Aquellos conflictos que siempre
habían estado latentes durante la administración de Federico Urioste -quien
con su carácter conciliador había logrado en algunos momentos apaciguar los
ánimos-, se desencadenaron cuando los férreos opositores decidieron solicitar
la impugnación de las elecciones ante la Justicia del Crimen. De todas maneras, ni los
radicales ni ningún otro sector político lograba “hacer fuerza” contra el sólido control de los conservadores con el
carismático médico a la cabeza.
Dicha puja por el poder, en la cual aún
participaban sectores del “toscanismo” (seguidores incondicionales de los
conflictivos hermanos Evaristo y Manuel Toscano), tuvo su punto más álgido
cuando se produjo -tiroteo mediante-, el homicidio en pleno recinto del
Concejo Deliberante azuleño de su presidente, Eufemio Zavala y García,
el 26 de noviembre de 1906.
En este contexto tan turbulento, la Revolución Radical
de 1905, con Hipólito Yrigoyen a la cabeza, tuvo muy poca repercusión en Azul. Sin
embargo, al frente de la misma se podía contar a varios destacados vecinos
idealistas como José Santiago Ferreyro, Pastor Tiola (nacido en Buenos
Aires, rentista, de 40 años de edad), Isidoro Sayús (quien había jugado un
importante rol en la
Revolución del ’93 asumiendo como intendente), Emilio
Vásquez (estanciero), Félix Liceaga (íntimo amigo de
Vicente Porro, otro joven radical que dejaría su huella en el Partido y la
historia azuleños), Carlos Gomila (hijo del reconocido militar y político, Teófilo
Carlos Gomila, quien había guardado una estrecha amistad con Leandro N. Alem),
Guillermo Uhalde, César Romero, entre otros.
Las páginas de los periódicos
locales reproducían apenas las escasas noticias capitalinas que se conocían mediante
el telégrafo. El periódico “El Imparcial”, el mismo día de los
acontecimientos, publicó:
“El Decreto de estado de sitio. Buenos
Aires, febrero 4 de 1905.
Habiéndose
producido en el día de hoy un movimiento subversivo en distintas partes de la República y siendo
necesario reprimirlo con la mayor celeridad y energía, en ejercicio de las
facultades que la
Constitución concede al poder ejecutivo en sus artículos 23 y
86, el presidente de la
República en acuerdo general de ministros, decreta:
Art.
1º Declárase el estado de sitio en todo el territorio de la Nación por el término de 30
días.
Art.
2º Movilízanse las reservas del ejército de línea en toda la República.
Art.
3º Encárgase al ministro de guerra su organización.
Art.
4º Comuníquese.
QUINTANA.
Rafael Castillo, José A. Terry, Carlos Rodríguez Larreta, Enrique Godoy,
Joaquín V. González, Juan A. Martín, Damián M. Torino, Adolfo Orma.”.
El desenlace
Las
tropas sublevadas en Bahía Blanca y otros lugares -como
Azul- ni tuvieron perspectiva, ni hallaron eco en el pueblo. El presidente Manuel
Quintana empleó la misma táctica usada en 1893 para sofocar el
movimiento radical; el estado de sitio se convirtió en ley marcial.
Sólo en Córdoba y Mendoza
continuaron combatiendo hasta el 8 de febrero. Sin embargo, las divisiones del
ejército, leales al gobierno, vencieron rápidamente a la revolución.
El gobierno del presidente
Quintana detuvo y mandó enjuiciar a los sublevados, que fueron condenados con
penas de hasta 8 años de prisión y enviados al penal de Ushuaia.
La revolución fue derrotada, pero
se desencadenó una corriente de cambios institucionales dentro del oficialismo
que ya no pudo ser detenida…
En 1906 con la muerte del
presidente Quintana y la asunción de su vicepresidente, José Figueroa Alcorta, el
Congreso dictó la Ley Nº
4.939 de amnistía general a todos los participantes de la Revolución de 1905.
Tiempo más tarde, al cumplirse 21 años de la Revolución del
Parque, los jóvenes radicales azuleños realizaron un modesto acto en el
cual entregaron medallas a los correligionarios -entre ellos José Santiago-, con
la imagen de Leandro N. Alem en el frente y la siguiente frase en su
reverso: “Comité Juventud Radical “Manuel
C. Andía”. Loor y gloria a los revolucionarios caídos en el 90, 93 y 1905. Azul.
26 de julio de 1911.”.
Para el pueblo y los radicales en
especial
“El Ciudadano” nació
como un órgano de la juventud yrigoyenista. Fue un semanario que pronto se hizo
periódico. Fue fundado el 17 de septiembre de 1907 por Ferreyro
y estuvo instalado inicialmente en la esquina Este de las
calles Moreno y Bolívar; en 1909 se trasladó al cruce Oeste de Belgrano y
Moreno.
En 1929 incorporó una rotoplana y
fue el primer medio gráfico en disponer de una linotipo con tipos de plomo
líquido al contrario de sus antecesores que se componían con tipos móviles.
En su destacado equipo de
trabajo, “El Ciudadano” contó con uno de los más importantes obreros gráficos
de la Provincia
quien llegó a ser jefe de taller, Francisco Salvador De Paula (padre
de quien sería intendente azuleño por tres mandatos consecutivos desde 1983, el
profesor Rubén César “Poliya” De Paula).
El vespertino llegó a tener uno
de los más significativos talleres de rotograbado, que había pertenecido a “Caras
y Caretas”. Fue, además, el primer medio local en tener una cartelera
donde se reunía el público, en busca de noticias, cuando era convocado mediante
bombas de estruendo en los primeros tiempos o más tarde con una sirena
eléctrica.
Un domingo, a principios de la década del ’40, José Santiago pasaba por
el edificio de la avenida 25 de Mayo (Nº 590) entre Belgrano y Alsina (actual
Hipólito Yrigoyen), cuando observó que se estaba rematando el conocido como “Palacio
Ferrara” (edificio construido
en 1893 por José Caputi a pedido del farmacéutico Enrique Renaud, luego
devenido en “Petit Hotel”). A pesar
de que el martillero, Lorenzo Palacios, insistía desde su
“púlpito” emplazado en el zaguán, frente al cual se habían convocado varios
vecinos, no lograba una oferta superior a $ 14.000 M/N. Tal vez incrédulo de tener
éxito, José Santiago ofertó $ 560 más sobre aquella base. Y ganó.
Tras una trabajosa mudanza, a principios de 1942, el periódico empezó a
funcionar en su edificio propio. En el patio del petit-hotel, Ferreyro había hecho construir un taller de avanzada
para la época, que contaba con cuatro linotipos, mesas de armado y una rotoplana
Marioni. “El Ciudadano” llegó a imprimir
7.000 ejemplares que oscilaban entre las 16 y las 24 páginas.
“El Ciudadano” finalmente cerrará sus puertas el 30 de junio de 1959,
varios años después de la muerte de su fundador.
Un hogar especial
En 1908, Ferreyro le encomendó al
constructor José Rosati la proyección y construcción de su hogar, en un
amplio solar ubicado en la calle Necochea Nº 781, entre 9 de Julio y Benito
Juárez (actual General Julio A. Roca). Allí vivió con su esposa, María
Albina Rodríguez, que sería su
compañera por muchos años sin lograr concebir hijos.
Junto a su hogar, José Santiago tuvo
por muchos años un vecino que cobraría notoriedad en abril de 1922, y a quien
tuvo que dedicarle varias tapas en su periódico. En Necochea Nº 773, vivió el
tristemente célebre Mateo Banks, quien el día 18 de aquél mes y año, asesinó a ocho
personas, convirtiéndose en el mayor homicida múltiple de la Argentina.
“El Ciudadano”
versus “El Imparcial”
Corría el año 1894 cuando José María Darhanpé había
decidido darle vida al matutino “El Imparcial”, copiando el mismo
nombre del medio que brevemente había hecho circular en Montevideo.
Su
corte era político, noticioso, comercial y de intereses locales. A pesar de su
nombre, sostenía las ideas de la Unión Cívica Nacional y era
abiertamente anticlerical y poco después absolutamente opuesto al radicalismo.
Hacia
1906, Eduardo Darhanpé tomó la dirección y el señor Gilberto
Laurensena se hizo sentir como redactor en poco tiempo.
“El
Imparcial” atravesó algunos momentos de crisis, sobre todo cuando algunas de
las críticas pregonadas desde el medio se extralimitaban. A veces se defendían
absurdamente intereses políticos y hasta en varios momentos quedaban en
evidencia considerables contradicciones. Muchas veces, numerosos vecinos no
dudaron en calificar a algunas publicaciones como “…chocantes, groseras, individualistas, puestas incondicionalmente al
servicio de camarillas y caudillos politiqueros…”.
En este
periódico, Paulino Rodríguez Ocón mostró su estructura periodística
polémica. Sus comienzos en el medio se los puede ubicar hacia 1913 y sus
reafirmaciones más rotundas -como Director- a partir del triunfo radical de
1916 y, sobre todo, tras la intervención de la provincia de Buenos Aires en
1917.
Rodríguez
Ocón estaba radicado en Azul desde 1876. Había instalado su estudio de
procurador y martillero de hacienda, teniendo, además, otro en la ciudad de
Buenos Aires. Actuó en la
Revolución del ’90 y, adherente al yrigoyenismo, portando su Winchester y con boina blanca, participó
activamente de la Revolución
Radical del ’93 en Azul. Posteriormente integró
el Subcomité Radical “Diputado Nacional Gumersindo L. Cristobó”. Vinculado a
políticos, escritores y artistas de todo tipo, poseía una vida social muy
nutrida que intercalaba entre Buenos Aires y Azul. Su relación con el
periodismo había comenzado mediante contribuciones esporádicas y artículos
ocasionales. Así, la vocación periodística fue ganando progresivamente sus
intereses hasta transformarlo, casi exclusivamente, en redactor, sucesivamente,
de los periódicos “El Pueblo”, “El Imparcial” y “La Razón”
del Azul.
El
enfrentamiento político-periodístico entre “El Imparcial” y “El
Ciudadano”, tuvo duras “batallas”. Alcanza con mencionar que “El
Ciudadano” aludía a “El imparcial” como “el
diario oficial” o “el diario
africano”, fustigando al matutino por el color de piel de su director;
mientras que “El Imparcial” se refería al medio de Ferreyro como “el diario vespertino”, “el que aparecía ‘entre las sombras’”. A
pesar de encolumnarse ambos en el radicalismo, la lucha entre los directores
fue durísima y hasta en muchos momentos pasó al ámbito personal, pues así
entendían entonces al periodismo, poniendo a prueba el límite de sus
temperamentos.
Un contundente
editorial
Ante la crisis que vivía el
radicalismo local, dado el conflicto entre los seguidores de Gumersindo
Cristobó y quienes se oponían a su férrea conducción, Ferreyro publicó
un contundente editorial en su periódico, el día lunes 10 de diciembre de 1917:
“Una
mistificación peligrosa: Las
tendencias políticas de este diario desde que inició su vida, hace diez años,
no son negadas ni por los adversarios de cualquiera especie que los tengamos.
Toda la vida fuimos radicales intransigentes y tenemos el alto honor de decir
que en Azul habrá contados, o tal vez ninguno, que pueda superar la eficiencia
de nuestros esfuerzos en pro de aquellos ideales pues, hasta en las horas
inciertas y amenazantes cuando fue peligroso ser radical y exponer públicamente
sus ideales, estuvimos firmes y valientes en la pedana defendiendo las
integridades del partido.
Vaya
esta aclaración como necesario introito a lo que vamos a tratar en presencia
del mal que aqueja al radicalismo azuleño desde que lo hirieron ambiciones
desmedidas, de los que , cuando nosotros luchábamos con cara de frente al
adversario enconado e irremisible, bregaban confundidos entre los fariseos de esa escuela, alcanzando el anatema a que
se hacían acreedores esos cultores liberticidas que no renunciaban ni al crimen
individual ni colectivo cuando era preciso –Recuérdense los funestos sucesos del 26 de
noviembre de 1906 en que en plena sesión del Concejo Deliberante fue asesinado
su presidente Don Eufemio Zabala y García, muerto el cochero Marotta y heridos
varios, después de haberse disparado más de setenta tiros, incrustados todos en
las paredes del recinto-.
Y
bien, en calidad de radicales insospechables y en la persuasión patriótica de
que prestamos un servicio a la causa y cumplíamos un deber ineludible, gritamos
bien alto, con toda la fuerza de nuestros pulmones, que importa una
mistificación peligrosa hacer creer a los jefes de nuestro partido que en Azul
ganaremos las elecciones próximas en todas sus jurisdicciones abonando esta
falsa premisa con elementos que no resisten el menor análisis, tal cual resulta
con la confección de un censo mandado levantar aquí por el cual se demuestra
–nominalmente como todos los cálculos alegres- que existe una incontrastable
mayoría radical y con la peregrina situación del Comité Radical el cual
permanece acéfalo hace un año careciendo en su jefatura y composición, de
elementos de representación y de valía.
No calumniamos; ¿Quiénes son los que
componen el Comité radical de Azul? ¿cuál es su ascendiente, su prestigio y su
influencia cuando no tienen ni la virtud de atraer a los radicales de
significación, debiendo valerse de otros elementos para simular su existencia?
Esto que decimos es una verdad
meridiana, el Azul todo lo sabe y el adversario se siente reconfortado y seguro
de su triunfo.
¿Por qué no están en el pseudo
comité ni adheridos siquiera prestando el esfuerzo de sus valimientos
inexcusables, correligionarios como Esteban Louge, Emilio Vásquez, Luis F.
Daneo, Félix Etchepare, doctor Bartolomé J. Ronco, Pastor Tiola, Aníbal
Astesiano, Dr. Martín J. Arriada, Dr. Federico Remondeau, Dr. Augusto Rivas,
José M. Louge, capitán Teodosio Ocampo, Amaranto J. Labat, Arturo Fernández,
Juan Palermo, Agustín Castro, Alejandro Mate, Pedro Canova, Juan B. Porro,
Guillermo Bernasconi, Pedro Pardeilhan, Juan M. Pardeilhan, José Fiscalini,
etc.?
La verdad debe abrirse paso; los
sagrados intereses del radicalismo en estas horas delicadas porque atraviesa
amenazada su existencia y su obra proficua a la vera del complot más
heterogéneo que registra la historia política argentina, a punto de culminarse,
exige actitudes enérgicas francas y el Azul, eslabón de la gran cadena radical,
llamado a secundar la alta política del señor Presidente de la República, no debe
quedar rezagado para ofrecer a la opinión un fruto que no sea el del triunfo
más calificado y decisivo.
En tal situación “El Ciudadano” se
promete bregar incesante hasta que las cosas vuelvan a su cauce proscribiendo
la mentira siempre funesta y negativa y jamás consentida por el radicalismo.”.
Incitando a un
amigo
Ante el desorden generalizado en el
que se encontraba el radicalismo local, Ferreyro apeló a mencionar en aquél artículo
de diciembre del ’17 a varios correligionarios y amigos, esperando que
comprometieran su participación en la reorganización del Comité local.
De hecho, uno de los mencionados es
el doctor Bartolomé José Ronco, un joven e idealista abogado de la Capital que hacía algunos
años se había radicado en Azul tras casarse y formar familia con una lugareña.
Ambos habían trabado una férrea
amistad y siempre Ferreyro respondió afectuosamente a aquél vínculo dándole un
lugar preferencial en su periódico a las diversas actividades que desarrollaría
en el Azul aquel porteño apasionado por la cultura en general y la literatura
en particular.
Lamentablemente, Ronco no respondió
debidamente a aquella solicitud. Más allá de su conocida simpatía con el
radicalismo, el joven abogado nunca se volcó decididamente a la militancia
política; de hecho, en años posteriores mostraría afinidades con otras fuerzas
como el incipiente Peronismo.
Otros radicales…
Sin dudas, en el cénit de los
periódicos azuleños de la época se hallaba “El Ciudadano”. Sin embargo, muchos
otros medios fueron surgiendo en derredor -aunque ninguno tuvo una larga
existencia-, muchos de ellos siguiendo y defendiendo los ideales del
radicalismo.
El periódico “La Democracia” fue
fundado en 1912 por David Fiori, como órgano del radicalismo intransigente (tal
como se autodefinía). Tuvo una vida breve siendo absorbido por “El Ciudadano”.
También el medio fundado por Pascual
Llorente, “La Acción”,
hizo campaña a favor de la candidatura presidencial de Hipólito Yrigoyen,
cesando su labor en 1918, con la satisfacción del deber cumplido. En la misma
línea, su hermano, Tomás F. Llorente, fundó “La
Tarde” que llevaba como subtítulo: “Opositor al viejo y oprobioso régimen
imperante”.
En 1918, de la mano del periodista Cipriano
Víctor Moreno, nació “Diario del Pueblo”, medio que
poseía una orientación definitivamente radical y absolutamente crítica del
oficialismo local conservador. Curiosamente este periódico, al pasar su
dirección al periodista Pedro L. Cirigliano, en 1922, cambió
su orientación siendo primeramente independiente y luego abiertamente
conservador, al punto tal de apoyar el golpe de Estado de 1930.
La forzosa independencia
de “El Ciudadano”
José Santiago Ferreyro fue, además de su labor local, por muchos años,
al igual que su hermano, corresponsal titular ad-honorem del periódico capitalino “La Prensa”.
En sus años de lucha, Ferreyro probó los sinsabores de las amarguras y
tuvo que sortear serios incidentes callejeros, que no hicieron más que estimularlo
con renovado ímpetu. Tuvo así diversas alternativas en la lucha periodística, pero
también las satisfacciones del deber cumplido, que le llegaron para reanimarlo
en la tarea emprendida y en la que sin pausa pudo hasta estructurar
definitivamente su periódico en el Azul donde fue un veraz medio informativo al
servicio de acciones generosas.
Después de tantos años batallando en favor del radicalismo, en 1930, “El
Ciudadano” fue clausurado por el gobierno de facto del general José
Félix Uriburu, por el término de tres meses. Sin embargo, siguiendo su
espíritu inquieto y “radical”, Ferreyro editó “El Heraldo”.
Superando las presiones gubernamentales, tras una extensa proclama,
Ferreyro logró la reapertura de su querido periódico y se vio forzado a declararlo
“independiente”
para poder combatir la desazón que se ancló en el espíritu de muchos azuleños
preocupados por el devenir del país y la ciudad.
En apariencia, el polémico periodista dio por terminada su batalla; sin
embargo, simplemente optó por una defensa más velada y sofisticada de su
Partido. Nunca dejó de lado su militancia en la Unión Cívica Radical,
por el contrario, siempre se mantuvo afianzado en los ideales y doctrinas
proclamadas en las raíces mismas de la
U.C.R., desde sus líderes Alem e Yrigoyen, de quienes en
diversas oportunidades se ocupó reseñándolos en las páginas de su periódico.
Una familia
dedicada al periodismo
Adolfo Ferreyro, cuya
profesión era la de tipógrafo (persona
que tiene por oficio imprimir textos o dibujos, a partir de tipos o moldes en
relieve que, entintados, se aplican sobre el papel), colaboró en “El
Ciudadano”, siendo además corresponsal de “La Prensa” y empleado de la Municipalidad de
Azul. Tuvo un hijo natural, Héctor Armando Ferreyro, de cuya
madre no se conoce ningún dato. Precisamente, Héctor Armando fue, en muchos
sentidos, hijo en el afecto de su tío José Santiago y finalmente será él quien
herede y continúe su obra periodística, nombrando asimismo al Dr. Germinal José Solans como director
del periódico.
Punto final
A los 69 años de edad, viudo, José
Santiago Ferreyro falleció en su domicilio de Necochea Nº 781 de Azul, a
la 1:15 de la madrugada del 8 de junio de 1943.
Por la mañana, apenas se supo la
noticia del deceso, se reunió en sesión extraordinaria la Comisión de Secretaría
del Comité
Central de la Unión
Cívica Radical, resolviendo en homenaje a la memoria
del extinto, que había sido un invariable y entusiasta afiliado del partido y
que ocupara cargos de responsabilidad en la Comisión Directiva
del mismo, enviar nota de pésame a la familia, remitir corona de flores a la
capilla ardiente, designar al doctor Ángel M. Santopaolo para que en
nombre del partido haga uso de la palabra en el acto del sepelio y concurrir al
mismo en pleno invitando a los afiliados a hacerlo también.
La Capilla
ardiente se instaló en una de las salas de su amado periódico, viéndose el
edificio colmado en su totalidad por quienes quisieron dar su último “Adiós” a
un verdadero valuarte del periodismo y la ciudad.
En el Cementerio hicieron uso de
la palabra el subdirector de “El Ciudadano”, Dr. Germinal Solans, quien
con emocionadas y sentidas frases despidió en nombre del periódico los restos
de su fundador y director, destacando la personalidad del extinto; luego habló
el doctor Santopaolo, que con brillante palabra puso de relieve el
civismo de Ferreyro; en nombre de los amigos el doctor Jorge García Quiroga
quien elocuente y sentidamente se refirió al batallador periodista; en nombre
de los obreros de los talleres de “El Ciudadano” habló el señor Gregorio
Laboratto (hermano de Irma Italia, dama que se destacaría en la
docencia y en la militancia radical), quien se refirió con emoción a lo que
había significado “Don José” para
ellos; y finalmente, en nombre de los periodistas que trabajaron o se formaron
junto al extinto habló Carmelo Maletta.
El “Adiós” de dos amigos
En las crónicas sobre el deceso
de Ferreyro, dos en particular marcan la despedida de amigos entrañables del
periodista. Por un lado, la del correligionario profesor Reynaldo G. Marín, quien
fuera uno de los mentores y directivo del Colegio Nacional de Azul y a quien
Ferreyro ayudara decididamente desde las páginas de su periódico para concretar
magnánima obra para la ciudad. Con dolor expresó: “La más honda pena embarga mi alma, esta amarga desaparición del
fraternal amigo, el recio luchador que desde el periodismo puso toda la viril
nobleza de su alma al exclusivo servicio del interés público”.
Por otra parte, también sobresalieron
las palabras del doctor Ronco: “Dolorosamente
sorprendido por el fallecimiento del leal amigo y digno y valiente luchador
hago llegar mis más expresivos y sinceros sentimientos de pesar al diario de
sus nobles y perseverados afanes inspirados siempre en cálidos y levantados
propósitos de interés público y bienestar colectivo mantenidos con
inquebrantable y austera firmeza y sobrepuestos a todas las incomprensiones e
injusticias. Bartolomé J. Ronco.”.
Último
homenaje
Cuando “El Ciudadano” arribó a sus cincuenta años de existencia, el 17 de
septiembre de 1957, el equipo de trabajo del periódico le rindió
homenaje a su fundador, José Santiago Ferreyro, descubriendo
un busto a su memoria en la sala de redacción, obra del escultor azuleño Roberto
Santoro.
Casi dos años después “El Ciudadano”
cerraba sus puertas…
Av. 25 de Mayo N° 590, último e icónico edificio donde funcionó "El Ciudadano"
Detalle del frente del edificio conocido como "El Ciudadano"
José Santiago Ferreyro (foto gentileza Hemeroteca J.M.Oyhanarte)