jueves, 13 de julio de 2023

A ciento veinte años de su llegada...

                                                     César Antonio Cáneva

 

 Por Eduardo Agüero Mielhuerry

  

César Antonio Cáneva nació en Carlazzo, Italia, el 27 de Marzo de 1874. Sus padres fueron María Castelli y Pedro Cáneva. Tuvo dos hermanas: Inocencia y Margarita.

Los Cáneva-Castelli, eran profundamente cristianos, por lo que educaron a sus hijos en un ambiente cuyos dos principales ejes resultaron la familia y la religión.

Tras la muerte de su madre, dejaron atrás el pueblo natal para radicarse algún tiempo en París. Finalmente el destino fue la Argentina.

Pedro y sus hijos se instalaron en San Nicolás, en la casa de su cuñado Antonio Castelli. Casi de inmediato César comenzó a trabajar como mandadero en el almacén de ramos generales “La Buena Medida” de Ángel Cacivio.

En el Hospital “San Felipe”, conoció al capellán de dicho instituto, don David Cánepa, a quien frecuentó asiduamente, entablando una estrecha amistad, siendo él uno de sus principales conductores en el camino de la Fe.

Inició sus estudios y al despertarse su férrea vocación religiosa, ingresó al Seminario de Buenos Aires. Más tarde, fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1901 en la iglesia de San Ponciano, de La Plata. El  día de Navidad celebró su primera Misa en dicho templo.

La fría tarde del 13 de Julio de 1903, en el Ferrocarril Sud, llegó a nuestra ciudad para hacerse cargo de la parroquia. Todo su capital estaba constituido por una enorme Fe y una imagen de la Virgen de Luján que trajo bajo el brazo.

Su tarea no fue sencilla. En 1900 se había comenzado a construir un nuevo templo, pero con el correr del tiempo la obra se hallaba paralizada. El flamante Sacerdote se halló con tremenda dificultad, y otras…

 

 Azul, ciudad de Santos y Masones

 

 En la celebración del Corpus Christi de 1904, el Padre Cáneva manifestó sus intenciones de recorrer la Plaza Colón (actual San Martín), con el Santísimo Sacramento en homenaje público a Jesucristo.

Durante la tarde, unas doscientas personas se congregaron en la Iglesia, encabezados por Sor Romain. La peregrinación comenzó en breve, llevando el Cura párroco la Custodia con plegarias y cánticos. Sin embargo, a escasos metros del templo, desde los balcones del Centro Español, comenzaron a arrojarles desde verduras a huevos; sin contar con los adjetivos agresivos que completaban la escena.

La policía tuvo que intervenir y varios de los agresores fueron aprehendidos. La primera procesión del Corpus por las calles del Azul se realizó de todas maneras. Al día siguiente, en la Comisaría, el propio Cáneva, interpuso sus oficios ante el comisario para lograr la libertad de los agresores que habían sido detenidos.

Los pendencieros fueron identificados con grupos radicalizados pertenecientes a la Logia masónica “Estrella del Sud N° 25”. La masonería tuvo su cuarto de hora de preponderancia en la historia lugareña.

Cáneva se encontró con un Cuadro de Logia rígido, perfectamente estructurado, conformado por personalidades destacadas de la cultura, la política y la educación. Muchos guardaban para con el joven Sacerdote y la Iglesia un formidable respeto, sin olvidar que otros tantos, en secreto, contribuían con las obras iniciadas por el religioso. Otros, lamentablemente, no evitaban enfrentarse abiertamente, tal había sido el caso del episodio suscitado durante la peregrinación del Corpus Christi.

 Más de una vez pudo reconciliarlos con Dios. De hecho, en la actualidad, en el Seminario Diocesano se preservan varios “mandiles”, medallas, bandas y otros elementos que los masones usaban en sus ceremonias. Tales elementos se perpetúan como el recuerdo innegable de la acción del Padre Cáneva.

            Por aquél entonces, en el Azul se decía que “los anarquistas y los masones lo tenían marcado”. Tal era la bronca que despertaba la carismática figura del Sacerdote en los grupos rebeldes de la Logia que, una mañana, la portada de la iglesia hasta el atrio (pues las puertas aún no se hallaban colocadas), apareció totalmente manchada con brea. Sin pausa, predicando con el ejemplo, Cáneva mismo se puso a limpiar el frente con balde y cepillo. Dicen que alguien lo escuchó decir: “…en esta vida tenés que acostumbrarte a tragar amargo y escupir dulce…”.

            El nuevo siglo y el nuevo Sacerdote trajeron cambios muy profundos para Azul, al menos en cuanto a sus creencias.

            La historia cambió. La Logia se redujo hasta desaparecer, se desprendieron de las grandes obras que sustentaban y todo pasó a otras manos. La “Estrella del Sud” dejó de ser un grupo firme y consolidado. Sólo quedaron sus hombres, y aunque muchos de ellos no desistieron en la lucha por el progreso de la ciudad, ni renegaron de sus ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad, era evidente que soplaban otros vientos en la sociedad azuleña...

           

 Obras, obras, y más obras…

 

 Carismático y campechano, Cáneva supo ganarse a la comunidad y logró imponerse. Prueba de ello es la inauguración del templo neogótico (actual Catedral), el 7 de octubre de 1906, tan sólo tres años después de su llegada. La Iglesia quedó bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario y San Serapio Mártir como supo ser desde antaño.

Gracias a sus denodados esfuerzos, el joven Sacerdote logró que arribaran a nuestra ciudad un grupo de Hermanas Azules de la Inmaculada de Castres. Ellas, con el impulso irrefrenable del Padre, lograron inaugurar el 15 de marzo de 1908 el Colegio de la Inmaculada Concepción.

Corría el año 1911 cuando una epidemia de viruela flageló a Villa Fidelidad. Junto a la abnegación y el sacrificio del Dr. Ángel Pintos, el Padre Cáneva recorría cotidianamente la zona, socorriendo a los desamparados hermanos aborígenes.

La epidemia cesó después de un mes, con un saldo de 57 víctimas fatales.

De aquél entonces se afirma que Cáneva adquirió la costumbre de fumar toscanos que el Dr. Pintos le había recomendado para evitar el contagio.

Lamentablemente, en el mismo año falleció su padre, quien había regresado a la ciudad de Como (Italia). Poco después, el Sacerdote decidió embarcarse rumbo al “Viejo Continente” con el objetivo de reencontrarse con su familia.

Merced a los esfuerzos de Cáneva y a los de la Comisión Directiva de la “Pía Unión de San Antonio”, el 1 de octubre de 1911 se inauguró el “Asilo San Antonio” para varones. Por entonces presidia la Comisión doña María Gómez de Enciso. Algún tiempo después, gracias a la contribución de la señora Rufina de Martínez Berdes, el 5 de noviembre de 1916 se inauguró la iglesia de “San Antonio”.  

Anticipándose un grupo de vecinos a las Bodas de Plata sacerdotales de Cáneva, conformaron una comisión de caballeros -y luego una de damas- con el fin de organizar los festejos. En un principio el Padre se molestó y pretendió disuadir a los organizadores, sin embargo, atenuando la importancia de las celebraciones que se realizarían, lograron convencerlo para poder proseguir.

Los actos se realizaron durante tres días consecutivos y contaron con la asistencia de las más destacadas personalidades de la ciudad y la zona. Entre los asistentes se contaron más de una veintena de sacerdotes de la región y hasta el Arzobispo de Buenos Aires, José Bottaro. La iglesia en su conjunto estuvo de fiesta.  Como recuerdo y demostración de afecto, la comunidad azuleña le obsequió al entrañable Padre Cáneva un precioso cáliz.

El 16 de julio de 1926, se procedió a la bendición y colocación de la piedra fundamental de la Capilla Nuestra Señora Del Carmen. La ubicación de la nueva Iglesia estuvo determinada por quienes donaron los terrenos, que no fueron otros que los Hermanos Piazza; y fueron padrinos de la bendición Don Pedro Piazza y su esposa, Emilia Arbuco. Una vez más, los límites entre masonería y cristianismo se desdibujaron en este complejo Azul, donde todo indica que nada es lo que parece...

De la mano de Cáneva también nacieron en Azul el Asilo de Ancianos (1924) y el Hogar Buen Pastor (1932). El primero contó durante muchos años con la paciente conducción de Ernestina Darhanpé de Malére y el segundo fue fruto de la labor, entre otros, de Monseñor Santiago A. Rava. 

En 1933 se creó la Diócesis de Azul siendo César Antonio Cáneva designado su primer Obispo, quien asumió el 24 de febrero de 1935. De esta manera, su mano laboriosa alcanzó a otras localidades como Ayacucho, Azul, Benito Juárez, Bolívar, General Alvear, General Lamadrid, Laprida, Las Flores, Olavarría, Rauch, Roque Pérez, Saladillo, Tandil y Tapalqué.

Dos días después de la asunción del flamante Obispo, se colocó una cruz en la cumbre más alta de las Sierras del Azul y allí se descubrió una placa con la cual se denominó a la misma “Monseñor César A. Cáneva”.

Hacia los años ’40, Azul mantenía un ritmo interesante de crecimiento. Y esto implicaba la obligación de cubrir las necesidades espirituales de las amplias barriadas que se conformaban. Así surgió la Capilla de San Lorenzo y Santa Rosa. La misma contó con la caridad silenciosa de Josefina M. de Piazza, quien encomendó la obra al arquitecto Pedro Maschio. Inaugurada el 12 de mayo de 1940, la Capilla contó con el respaldo incondicional de Cáneva. 

 

Un cáliz de gratitud

 

El Dr. José M. Carreras y José María Lier, como miembros de la Comisión de Homenaje a Cáneva, con el incansable asesoramiento del Padre Plana, fueron los encargados de recaudar los fondos necesarios para los agasajos.

La Comisión mandó a confeccionar especialmente a Lyon, Francia, una verdadera obra de arte. Allí se hizo un precioso cáliz de oro, con relieves e incrustaciones.

El cáliz que le obsequiaron por sus 25 años como Sacerdote dice en su base: “La ciudad del Azul a su dignísimo cura párroco, don César A. Cáneva, con motivo de sus Bodas de Plata Sacerdotales. Homenaje de aprecio y respeto. 1901- 25 de diciembre- 1926.”.

La fecha grabada no es la que se corresponde con el día de la consagración, que fue el 21 de diciembre, sino con el día en que Cáneva celebró su primera Santa Misa.

Vale marcar como detalle que sólo existe un cáliz idéntico en Roma.

 

Por la huella de San Francisco de Asís

 

 Nuestro religioso era, ante todo, un hombre con una bondad innata, con una fe inquebrantable y una vida dedicada a Dios y a su obra. No solo evocaba a los santos, sino que los seguía en su vicisitud, los admiraba. Su modelo era San Francisco de Asís, al que consideraba “el Santo entre los Santos”, al que además le dedicara un breve y humilde, pero no menos valioso ensayo. En su trabajo, ve al Santo como a un hombre al que la Providencia eligió para restañar las heridas de la Iglesia y “no obstante parece que no se da cuenta de su sublime misión”, persistiendo en la humildad de su vida austera.

En su ensayo, Cáneva sigue apuntando: “Ningún hombre ha podido realizar en toda su vida la admirable unión de lo sublime con la sencillez como el angélico San Francisco de Asís. Si lo considero individualmente descubro un estudio constante, infatigable, de acercarse por la calma de sus pasiones a los espíritus elevados; consigue su ideal dominando la carne, privándose de las más puras e inocentes satisfacciones de los sentidos, pero sin casi advertir el sublime vínculo de su angélico espíritu y fijar sus miradas en Cristo crucificado. No encuentra consecuencia más lógica que copiarlo en sí, con la compasión grandemente sentida con los sufrimientos, no solamente tolerados, sino hasta anhelados”.

“San Francisco es hombre de sociedad, siente la suprema inspiración a las almas deseosas de vida perfecta bajo la más estrecha ley del Evangelio; multiplica los conventos y a las autoridades de la regla sabe unir aquellas virtudes sencillas y grandiosas por las cuales sus Hermanos Menores se acercan al pueblo, entendiendo bien las necesidades…”

“Esta maravillosa unión en una vida tan bella y fecunda, nos ofrece tanta materia de alabanza… por la multiplicidad que la hace trepidar en la elección, porque en San Francisco todo es grande; todo es flor de flores de las más selectas virtudes. En la vida del hombre hay momentos en los cuales el entendimiento desconfía de sí mismo, o siente la atracción de elevarse a profundas meditaciones, huye de lo sublime para contemplar las bellezas de la sencillez, deja al consorcio de los sabios para entretenerse con los niños y busca reconfortarse de los corazones inocentes”.

Agregaba nuestro Cura: “Hay que resaltar las virtudes simples del pobrecillo de Asís… su corazón, un corazón humilde y dulce que refleja el corazón de Jesús.  Es el heraldo de la paz… enamorado de la pobreza, libre de ataduras se acerca al cielo y así practica la Caridad en medio de una sociedad profundamente herida.”. “En su pobreza no quiere limosnas para sí, en cambio reconstruye una iglesia, vidas, desarma luchas. Es un hombre de Dios, que nada tiene y todo lo posee, el contemplador de los seres pequeños a los que ama… (…) … habla de la universal naturaleza y le parece que el viento de los campos, el perfume de los jardines, la frescura de las fuentes, el movimiento de los riachuelos, las voces del aire, la luz, los rayos, que todo lo creado tiene un alma que responde a su alma…”.

“Él mismo, abandonándose a transportes de amor recorre los campos, llama a las criaturas todas del cielo y de la tierra, a cantar el himno pastoril del divino niño… de las alondras le place el color ceniciento, color que ha elegido como túnica de sus hermanos, y quiere bien a las tortolitas, símbolo de las almas castas; tiene en su celda un faisán que lo despierta todas las mañanas; con él se domestica una ovejita que presenta para todos los oficios religiosos. Lo acompañan aún las fieras, habla a las golondrinas que lo escuchan silenciosas… En las vigilias nocturnas contempla las estrellas…”.

Concluía Cáneva, que ese hombre que establecía la paz, que hablaba con los seres totales de la naturaleza, que formó  legiones de bienhechores hermanos, “su alma no pertenecía solamente a un siglo, sobrevuela por sobre las miserias de la humanidad y recibe la inspiración profunda de un Santo Pensamiento, que no pertenece a ningún siglo, pertenece a la eternidad, a la inmutable Verdad...”

            César Antonio Cáneva fue un pastor ejemplar, un hombre que con sus méritos e incansable labor le dio a Azul una lección de caridad y bondad que dejaron una marca que trascendió los tiempos. Puso en práctica todos los ejemplos que recibiera de su admirado “Pobrecillo de Asís”.

           

 

La Virgen Gaucha



            El 14 de agosto de 1945, a la mañana, partió del santuario de Luján una comitiva presidida por el obispo Serafini de Mercedes. Llevaban tres fieles reproducciones de la verdadera imagen de la Virgen de Luján que estaban destinadas a las catedrales de Azul, Bahía Blanca y Viedma. El día 15, bajo una lluvia intermitente, llegó el ómnibus que transportaba las imágenes hasta Azul. En la intersección de las avenidas Mitre y Centenario (actual Av. Cáneva), la Virgen fue colocada en una antigua carreta pintada con los colores patrios tirada por una yunta de bueyes, evocando la antigua leyenda sobre el arribo de la Virgen original a los pagos de Luján.

            Dicha reproducción fue colocada –donde se encuentra aún- en el Altar derecho de la Catedral. En ese mismo lugar, supo estar la Virgen que el Padre Cáneva había traído la fría tarde de julio que llegó a Azul. La misma fue colocada al día siguiente por el mismo Sacerdote en la Capilla del Seminario Diocesano.

            Por esas cosas del destino, aquella Virgen que acompañó al joven Cura Párroco hasta Azul, hoy es la férrea y dulce custodia de su sepulcro.

 

 

El final de un fructífero camino…

 

 

Su último y gran logro en nuestra ciudad fue el Seminario Diocesano, inaugurado el 15 de marzo de 1945. Dicha obra demandó muchísimo trabajo y recursos, los cuales fueron coordinados incansablemente por Cáneva. En el término de un año, la firma Toscano, Lattanzi y Barbetti, con la conducción del arquitecto Nicolás Lastra, elevaron un edificio majestuoso e imponente, con todos los adelantos de la época.

A finales de 1951, muchos fieles agasajaron a Cáneva al alcanzar sus Bodas de Oro Sacerdotales. Sin embargo, algo ya no estaba bien en la salud del querido Obispo. Su cuerpo estaba cansado y ya no alcanzaba con su ánimo chispeante y emprendedor…

Desde el año 1952 la salud del Padre Cáneva comenzó a declinar vertiginosamente. Aquél hombre inquieto, emprendedor y por sobre todo constructor, se vio forzado a quedarse en reposo “recluido” (como él afirmaba disgustado) dentro del edificio del Obispado. Peor aún, desde febrero del año siguiente ya no pudo abandonar la cama.

Con 79 años de edad, la fría mañana del 25 de mayo de 1953, pasó a la inmortalidad… 

Su testamento decía: “Declaro que no tengo herederos forzosos ni descendientes. He nacido pobre y pobre quiero morir. Todo lo que me ha venido de la mano de Dios...ha sido destinado para el culto...Recomiendo a la caridad de los fieles la última obra que he podido realizar: el Seminario Diocesano de Azul, en cuya Iglesia quisiera ser sepultado...”.

Y su última voluntad fue cumplida.

Durante tres días fue velado en la Catedral, donde un mar de gente desfiló para darle el último “Adiós” a quien supo ganarse el corazón de un pueblo. Finalmente, una larguísima procesión acompañó el féretro hasta su última morada.



El joven César Antonio Cáneva, recientemente llegado a Azul.


Noticia del arribo y designación de Cáneva como sacerdote de Azul. 
Diario "El Imparcial" de julio de 1903





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